Durante el verano llevábamos los rebaños de Astolpas hacia los verdes pastos del norte, y en invierno marchábamos hacia el sur, en busca de zonas menos frías donde pudiésemos pacer al ganado, en algunas ocasiones llegamos a las fértiles tierras de Turdetania, donde solíamos chocar con algunas patrullas romanas, y en esas pequeñas escaramuzas salía a relucir todo el ardor guerrero y el genio militar de Viriato. Cuando llegaba la primavera y volvíamos a “nuestras” tierras, algunos hombres sin nada como nosotros, enterados de nuestros enfrentamientos con las legiones, y con deseos de venganza pedían unirse a nosotros en la temporada siguiente de pastoreo.
Pero lo que hacía más feliz a Viriato cuando regresábamos a Lusitania, era el reencontrarse con Munia, la hija de Astolpas, pues ambos estaban perdidamente enamorados. Un día Astolpas los encontró juntos, y dijo que nunca permitiría que su hija se casase con un andrajoso pastor de cabras. En ese momento le comunicó a Viriato que no volvería a trabajar para él, y que se marchase de sus tierras o sino serían denunciado la pretor de la Citerior. Viriato marchó, pero le prometió a Munia que volvería a casarse con ella, y que entonces su padre no se podría negar.
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