lunes, 30 de septiembre de 2019

SOTO DE LUIÑA.




Un sendero, un camino duro, de esos rompepiernas, con continuas subidas y bajadas, con suelos rocosos y bosques húmedos, nos han traído a Soto de Luiña, un pequeño pueblo (perteneciente al Concello de Cudillero) hospitalario con visitantes y peregrinos.


Su iglesia Parroquial de Santa María es muy interesante, una pequeña y desconocida joya arquitectónica, con el típico soportal, que aún es utilizado por los vecinos para resguardarse de la lluvia (y del mal tiempo). Pero la fina lluvia de verano, no moja.



El conjunto monumental de Soto de Luiña es el resultado de la ordenación urbanística en torno a la Iglesia Parroquial. Los orígenes del templo se sitúan en el siglo XVI y continúa evolucionando a lo largo del siglo XVII hasta adquirir su identidad actual en la centuria siguiente.


La Iglesia de Soto de Luiña es un bello ejemplo de la arquitectura barroca asturiana en su expresión rural.


Lo más llamativo de la iglesia es su torre frontal de planta cuadrangular. Reloj y campanario, una muestra del poder secular de la Iglesia Católica. Once hornacinas, con otras tantas esculturas, es el motivo ornamental más innovador que presenta el conjunto.


Vinculado a la iglesia encontramos el Hospital para peregrinos. Ambos edificios están íntimamente relacionados con el Camino del Norte que pasa por la localidad. El hospital se documenta en el siglo XVI, aunque la obra que podemos contemplar en la actualidad presenta una arquitectura que se desarrolló en conjunto con la iglesia. Desde un punto de vista meramente formal entronca con los modelos de la arquitectura noble rural, que contaba con las dependencias auxiliares propias de la explotación agropecuaria.



domingo, 29 de septiembre de 2019

AIGUES MORTES.




En medio de la pantanosa Camarga, una inmensa zona de marismas de la desembocadura del Ródano, donde nidifican llamativos flamencos rosas, cabalgan libres blancos caballos y pacen toros de lidia, las murallas medievales de Aigues Mortes (Aguas Muertas) sobresalen por encima de los cañaverales y los carrizos. Como la mayoría de las ciudades medievales europeas, Aigues Mortes se ha convertido en un destino turístico muy concurrido, con cafeterías, restaurantes y brasseries.


Todo el conjunto está rodeado de provechosas salinas, que llevan siendo explotadas (de manera prácticamente ininterrumpida) desde la época de los emperadores romanos.


En el siglo XIII el rey San Luis (Luis IX de Francia) necesitaba abrir aquí un puerto para acceder al mar Mediterráneo. En esta época medieval la costa no estaba tan alejada como en la actualidad y los enormes brazos del Ródano, hacían posible la salida al mar. La ciudad diseñada por San Luis y su maestro de obra Eudes de Montreuil se levantó a partir de una modesta aldea de pescadores.



El objetivo estratégico del monarca era poner en contacto su reino con el Levante Mediterráneo, las tierras de las Cruzadas y del todavía brillante Imperio Bizantino, y sus grandes puertos y mercados para el lujoso comercio con Oriente Medio y el lejano mundo de la India, Catai y Cipango.




También se utilizará como puerto de salida de los cruzados francos. El propio rey encabezó la Séptima Cruzada. Una placa en la principal iglesia de la ciudad recuerda la fecha en que el obispo entregó al rey cruzado un crucifijo con el que dirigirse a Tierra Santa.





La iglesia Notre Dame des Sablons, construida con piedras en estilo gótico ojival, es el templo más importante de la ciudad.




El hijo de Luis, Felipe el Atrevido y su nieto Felipe el Hermoso, complementaron la fortificación de la ciudad, en la que colaboró el contratista genovés Guillermo Bocanegra. Aigues se convirtió en la única salida que la Corona tenía al mar Mediterráneo.


La Tour de Constance es el elemento más llamativo de todo el recinto amurallado, pues sobresale por encima del resto de torres.



La ciudad adquiere la forma de un campamento militar romano, con trazado cuadrangular y calles paralelas y perpendiculares unas a otras. La población recuerda al rey Luis IX (cuya estatua preside la plaza principal), y las murallas, en perfecto estado de conservación, siguen siendo su mayor reclamo.


Los olores activan resortes de la memoria. El aroma que desprenden los cañaverales y el suave viento impregnado de sal, me transportan a cualquier verano de aquellos en que viví en la Bahía de Cádiz. Mi Puerto Real natal, nunca me abandonará (por muy lejos que vaya), y en lugares como este vuelvo a revivir mi infancia (tan irregular como feliz).




sábado, 28 de septiembre de 2019

PIÑERA.




Entre Luarca y Navia, la parroquia de Piñera, en plena ruta Xacobea. Los peregrinos que deciden pernoctar aquí, se encontrarán un antiguo (y en cierto aspecto) romántico colegio decimonónico, transformado en albergue.



viernes, 27 de septiembre de 2019

LUARCA, LA VILLA BLANCA EN LA COSTA VERDE.



Esencia marinera asturiana. Luarca se arremolina entre dos cerros separados por el río Negro antes de su desembocadura en el mar. Encantadora villa cantábrica volcada al mar, el agua y la sal están presentes en cualquier rincón. Tierra de marineros, Luarca prestó navegantes al rey Fernando III y su hijo, Alfonso X, le concedió leyes y fuero. Gente tenaz que decidió vivir encima de las olas. Pescadores, marineros y balleneros, cada mañana se reunían en la Mesa de Navegantes y Mareantes para decidir si tocaba salir a faenar o permanecer en tierra. Leyendas trágicas que mezclan amores prohibidos y piratas, cuentan las piedras que yacen en el fondo de la ría a la altura del Puente del Beso.



Luarca, la Villa Blanca de la Costa Verde, tiene su origen en un modesto enclave medieval que tenía en la captura de ballenas su actividad más destacada. La Pescadería y el Cambaral son los barrios tradicionales que se encuentran enla orilla del mar, mientras que la ciudad moderna, un destacado núcleo turístico, crece hacia el interior a ambas orillas del río Negro.



Una histórica villa que se abre al mar Cantábrico y que duerme acurrucada en los cercanos acantilados. Los muelles y la zona noble ocupa las tierras más bajas, mientras que las casas y los barrios de marineros y pescadores se van disponiendo en las alturas.





Caminando cerca del litoral, atravesando aldeas y transitando por senderos rodeados de maizales, los esforzados peregrinos, que tienen su objetivo en la tumba del Apóstol, se aproximan pasito a pasito a la embaucadora Luarca, la capital del Concello de Valdés. Sin duda uno de los hitos más interesantes del Camino de Santiago en su ruta norteño costera.




La ruta xacobea penetra en Luarca por la calle de la Carril y aquí se levanta el Palacio del Marqués de Ferrera, un conjunto arquitectónico formado por tres edificios construidos entre los siglos XV y XVIII, y que se encuentran unidos por el Arco Bayón. El arco sirve de pasaje que comunica uno de los barios altos con el cauce del río.


Históricamente este crucero estaba colocado aquí, a la entrada del Puente Viejo, junto al Camino Real.



Pisas Luarca por vez primera, y enseguida descubres que te encuentras en un lugar cargado de leyendas, como aquella que relata el origen de su nombre. Se cuenta que un siglo antes de la primera mención documentada de la existencia de la villa, llegó a Luarca el Arca Santa, la misma que ahora (y desde la Edad Media) es custodiada en la Cámara Santa de la Catedral de Oviedo. Cuando la citada Arca iba a atravesar la puerta de la iglesia, un gran lobo bajó por la calle y se postró ante el relicario. De esta fugaz escena, de la unión de lobo y arca, Lobarca, y luego Luarca.



En el lugar donde el río Negro fusiona sus aguas con las saladas del Cantábrico, nació Luarca, como una aldea refugio de pescadores. El barrio más genuino de Luarca (por motivos obvios) es la pescadería. El más antiguo de la localidad, junto con el Cambaral, se encarama por la ladera del monte El Chano.



Las estrechas y sombrías calles, serpentean montaña arriba, aún conservan el trazado medieval y típico sabor marinero. Si continuamos el ascenso podemos asomarnos al Mirador del Chano, que nos regala preciosas panorámicas de la Villa Blanca de la Costa Verde.



La capilla de San Roque y San Martín, originaria del siglo XVIII, subida y reedificada en 1916 por los vecinos de El Chano hasta este privilegiado balcón natural.



Desde las alturas. Para coger perspectiva (e intentar captar, si quiera por unos instantes, la totalidad) tomamos altura (al igual que hacen los alocados protagonistas de la Torre de Suso) y observamos el sosegado fluir del río Negro, que después de atravesar el legendario Puente del Beso, desemboca en el Cantábrico dando forma a una pequeña ensenada. Podemos fijar nuestra mirada en el puerto pesquero y detenernos en cada detalle, o dirigir la vista hacia el fondo, al anfiteatro que configuran los barrios del Cambaral y La Carril, el camino histórico de la ruta xacobea a su entrada en la villa.



Los espigones de piedra protegen la playa luarquesa de la bravura del mar Cantábrico, las olas estrellan toda su violencia contra la piedra.


Nací en Asturias y para mí la realidad comienza, naturalemente, con Asturias. Yo nací en una calle del pueblo de Luarca cercana a la iglesia. Severo Ochoa, que recibió el Premio Nóbel de Medicina por sus estudios sobre el ARN y el ADN, es el hijo más célebre e ilustre de Luarca.



Los pueblos marineros como Luarca son capaces de crear un microcosmos, con sus tradiciones y sus leyendas. Barrios colgados en los acantilados cuyo único contacto con el mundo es a través del mar. No faltan ni las gaviotas, ni las barcas de colores, la sidra corre por los bares y restaurantes que un tiempo fueron tabernas portuarias.



Los vecinos de Luarca consagran su vida al mar, y el Gremio de los Mareantes, marcaba las directrices. En este siglo XXI, la pesca (Sector Primario) ha cedido su lugar a la hosteleria (Sector Terciario). Renovarse o morir.



Corría el año 844, cuando saqueadores vikingos desembarcaron a los pies del barrio de Cambaral, y el señor de esta tierra, Don Teudo Rico de Villademoros (un nombre de claras reminiscencias visigodas) les salió al encuentro al frente de los vecinos de Valdés. En el enfrentamiento el señor Teudo dio muerte al capitán de los asaltantes.



En el año 1248 la villa de Luarca prestó una nao a la armada que estaba reuniendo el rey Fernando III para completar la conquista de Sevilla. A partir de esta época, y cada vez más, los monarcas castellanos (del mismo modo que hacían en el resto de reinos europeos) buscarán apoyos en las ciudades.



Alfonso X el Sabio (hijo del anterior) en el año 1270 concedió un fuero a los vecinos de Luarca. Legisla especialmente sobre la caza de ballenas, las pesquerías y el comercio marítimo.



Hacia 1380 naos luarquesas formaron parte de la armada castellana del almirante Fernando Sánchez Tovar, que remontó el Támesis, prendió fuego a Winchelsea y a algunos barrios de Londres.



Pescadores, vecinos de Luarca, supieron recoger, con amor y fe, la imagen de la Santa Virgen aparecida en el mes de noviembre del año 1530.



Nuevamente en el año 1601 los luarqueses tuvieron que defender sus casas y sus vidas frente a un ataque corsario.



A punto de acabar el siglo XVIII, un ermitaño conocido como Juan de la Cruz, que vivía como buenamente podía al pie de la capilla gremial de la Atalaya, fundó, junto a cien devotos mareantes, la Cofradía de Nuestro Padre el Buen Jesús Nazareno. Nacía así la Semana Santa de Luarca.



En ocasiones fueron los cañones de la ciudad los que barrieron y dispersaron a la escuadra británica, tal y como aconteció en 1745 frente a la Concha.



Durante la Guerra de Independencia, el Regimiento de Luarca participó de forma activa en la liberación de Galicia. Creado y aprobado en la ciudad de Oviedo el 20 de junio de 1808 con el nombre de Regimiento de Infantería de Luarca, bajo el pie de un único batallón de a 10 compañías y una fuerza teórica de 1.000 hombres. Fue su primer coronel D. Juan Cañedo Miranda. Más información en Regimiento Infantería de Luarca.



Muchos luarqueses murieron en la mar a lo largo de los siglos. En 1819 una flotilla de lanchas boniteras naufragó a la vista del puerto, durante una horrorosa galerna, pereciendo 138 pescadores. Jamás una villa marinera pagó al Océano un tributo tan alto en vidas humanas.



En 1869 el bergantín Favorita, construido en los astilleros de la localidad, realizó la travesía entre Filadelfia y Luarca en sólo 17 días.



Las tradiciones ancestrales se han mantenido vivas hasta hace poco tiempo. El rancho de la compaña a bordo de una lancha bonitera, precedida de la oración para que Dios les libre de los innumerables peligros de la mar.



La leyenda medieval del Puente del Beso. El mar susurra leyendas que el tiempo transforma en historias ciertas. La leyenda del Puente del Beso tuvo lugar en una época turbulenta, cuando turcos y españoles peleaban por el control de los mares que bañan el sur de Europa. El pirata berberisco Khan-Baral abandonó su tierra a orillas del cálido mar Mediterráneo y vino a subyugar esta costa asturiana, realizando saqueos sistemáticos a las pacíficas (e indefensas) localidades pesqueras.



El señor de la fortaleza de la Atalaya decide pasar a la acción y recluta a los más valientes, decididos y fornidos hombres de Luarca, que emboscan al capitán pirata, simulando ser inofensivos pescadores. Khan-Baral cae en la trampa, resultando herido y apresado. Encerrado en una oscura mazmorra, es María, la hija del Señor de la Fortaleza, la encargada de curarle las heridas. El tiempo compartido, lejos de miradas inquisitoriales, envalentonó los corazones, y entre ambos jóvenes surgió un amor imposible y prohibido.



Conocedores del destino que aguardaba al corsario, María consigue sacar de la mazmorra a su enamorado, y juntos emprenden una desenfrenada huida. Protegidos por la oscuridad de la noche, burlan a la guardia y callejeando por los caminos menos transitados logran alcanzar el puerto De ahí, a la libertad, solo quedaba un paso.


Creyéndose a salvo, detienen la marcha, y se funden en un apasionado beso, sin percatarse, de las espadas que se ciernen sobre ellos. A la luz de la luna el frío acero cercena dos cabezas y una amor trágico. En este lugar se levanta un puente, conocido como Puente del Beso, en recuerdo de los dos desdichados amantes.

Aunque la tradición popular atribuye el nombre del barrio Cambaral (Khan – Baral) , a la leyenda del corsario berberisco y la joven doncella luarquesa, el topónimo procede de un término asturiano, cámbaru, que se refiere a unos pequeños cangrejos que se adhieren a los muros del puerto. El historiador, y cronista local, Martínez Losada, explica que todas estas leyendas son únicamente producto de la fantasía, que no cuentan con ninguna base real.


La ermita, el faro y el cementerio observan la villa de Luarca y el horizonte desde el promontorio de la Atalata.



El Camposanto, blanco e inmaculado, se asoma al mar desde el promontorio de la Atalaya. Entre panteones y lápidas humildes se encuentra la tumba del doctor Severo Ochoa.



El faro de Luarca, inaugurado en 1862, se enclava en el lugar donde aún se conservan restos de la muralla del fuerte que servía como baluarte defensivo frente a los ataques corsarios entre los siglos XVI y XVIII. La tradición mantiene, que ya en el siglo X, en este promontorio se reunían los miembros del Gremio de Mareantes para encender hogueras que orientasen a las embarcaciones por la costa.

La Capilla de la Virgen del Mar es el templo de la gente de la mar, existiendo referencias de la Ermita de la Atalaya en el siglo XIV. Ampliada en el siglo XVI, su estructura actual data del siglo XVIII. Hasta 1850 sirvió de faro de navegantes con una luz encendida en el campanario. Antaño partía de esta iglesia una procesión que bendecía las olas los días de tormenta. El sacerdote abría el desfile, los luarqueses le seguían portando teas encendidas, y entonaban el Salve Stella Maris. Hincado de rodillas frente al mar, lanzaba plegarias por la salvación de los marineros que faenaban lejos del puerto.



El lugar más interesante (al menos desde un punto de vista histórico) de Luarca se encuentra en este barrio del Cambral, la Mesa de Mareantes y Navegantes. Una gran mesa de pizarra alrededor de la cual se reunía durante la Edad Media, el Consejo de la Villa. Un tiempo después se llamó Novilissimo Gremio de Mareantes y Navegantes fijosdaldos de Luarca y durante ocho siglos trató los asuntos de la gente de la mar. La obra de azulejos (1955), del pintor y escultor Goico Aguirre, escenifica una reunión de maestros de naos del siglo XV.



Desde el siglo XIII hasta el XV, incluso hasta el XVI (Uría Ríu, 1972), la historiografía más acreditada insiste en que la denominación que consta en la documentación asturiana conservada es la de cofradía y, por tanto, los nombres que pueden utilizarse para denominar a estas primeras sociedades de mareantes son los de cofradías (Ruiz de la Peña, 1981), cofradías de oficios (Uría Ríu, 1972) o cofradías gremiales (Rumeu de Armas, 1944). Esto es así porque en ese momento el vínculo aglutinador más importante entre los cofrades es precisamente el religioso. Bajo la advocación de un santo patrón o patrona se reza, se celebran misas y funerales, se organizan procesiones y se bendicen los barcos, pero también es un buen momento, una vez reunidos, para resolver disputas, establecer acuerdos, fijar normas y ordenanzas o ajustar negocios.
Eduardo Núnez Fernández.
El Gremio de Mareantes de Luarca.
Estado actual de la investigación en torno a esta institución valdesana. (2005).

Las Ordenanzas del Novilísimo Gremio de Mareantes y Navegantes Fijosdalgos de la Villa y Puerto de Luarca y Tierra de Valdés cuyo estudio y edición —sobre la copia hecha para la Real Academia de la Historia en 1799— realizó en 1975 María Jesús Suárez Álvarez, es uno de los dos textos de ordenanzas gremiales de mareantes de Asturias anteriores a 1812 que hasta hoy conocemos en su integridad. La mera existencia del texto, aun siendo una copia hecha en el siglo XVIII de unas ordenanzas supuestamente fechadas en 1468 y hoy desaparecidas, no deja muchas dudas sobre el peso institucional que sin duda tuvo la entidad gremial en su tiempo.

La ordenanza gremial de Luarca se enmarca en el contexto general de otros textos normativos de cofradías gremiales del Cantábrico (especialmente vascas y cántabras) entre los siglos XV y XVI.
Eduardo Núnez Fernández.
El Gremio de Mareantes de Luarca.
Estado actual de la investigación en torno a esta institución valdesana. (2005).


Curiosas costumbres del viejo gremio de mareantes para decidir si salir, o no salir al mar, los días de tiempo dudoso e inestable. Cuando no era posible llegar a un acuerdo previo entre los patrones de las embarcaciones, se adoptaba una decisión de manera democrática. En un extremo de la mesa se dibujaba una casa y del otro una barca. En el lado de la barca se colocaban los partidarios de salir a faenar, y en el de la casa aquellos que pensaban que era más seguro dejar la flota amarrada en el puerto. Si eran mayoría los primeros, cada cual podía hacer lo que mejor le conviniese, salir al mar o quedarse en casa. Pero si los segundos obtenían esa mayoría, se prohibía tajantemente hacerse a la mar ese día.


Arponeros astures de Luarca dura raza, Señora del Océano, domadora del viento y de la ola, rival del ballenato entre la espuma.

Una mañana, mientras deambulaba por los muelles de Luarca, encontré al capitán Achab y a Ned Land. Uno trataba de reclutar una tripulación, el otro buscaba un ballenero para enrolarse.



Las paredes de los edificios que rodean el muelle rezuman agua y sal, y guardan en sus habitaciones viajas historias de arponeros y pescadores, de valientes hombres que desafiaban cada día al dios Poseidón. Viejos lobos de mar que hace años que no zarpan, pero que no pueden evitar bajar cada jornada a recibir a los botes que regresan de faenar, charlar con los pescadores mientras reparan sus redes y aparejos, y contar mil batallitas a turistas hechizados por el ambiente.



Hombres y barcos zarpan y se dirigen hacia un horizonte incierto. Luarca espera siempre mirando al mar.



Embaucadora villa pesquera en el bravío Cantábrico, uno de los pueblos más bonitos de toda España y de la Europa atlántica. La brisa trae olor a sal y sabor a sidra, el rumor de las olas cuentan historias de marineros, pescadores y arponeros, de un tiempo en que las ballenas lloraban sangre.




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