jueves, 11 de abril de 2019

MEDINA DE MEKNES.




La palabra laberinto cobra todo su significado en la medina de Meknes, calles empinadas, sucias, un tanto pestilentes, paredes desconchadas y casas semiderruidas, solares abandonados y polvorientos, callejones oscuros, tenderetes, rejas y contraventanas de madera, y gente, mucha gente por todos lados. Es imposible configurar un plano mental de la medina, aquí lo difícil es no perderse.



Una medina muy bien conservada, con sus sabats (pasadizos cubiertos), los zocos, organizados por gremios, la madraza Inania y la gran mezquita del siglo XVI, cuyo minarete domina los cielos.



Entre las actividades gremiales tradicionales de Meknes destacan las labores del cobre, hierro forjado, damasquinado, pinturas sobre madera de cedro y los bordados.



Pastelitos de miel y almendras, mazorcas asadas, caracoles guisados (como los que hacen en Puerto Real), zumos de frutas y de caña de azúcar, fuerte olor a jengibre y a cilantro fresco, músicos y encantadores de serpientes, tahúres y timadores, café noir y té con menta, pequeños coches de caballos de estilo rococó, grajos y cigüeñas, gente acojedora y hospitalaria, gatos montaraces que se hacen dueños de cualquier edificio abandonado, balcones de madera, rejas y contraventanas talladas con gusto, azulejos verdes de diferentes tonalidades, muros centenarios que muestran con orgullo las arrugas de la historia, vendedores ambulantes, carnes braseadas, frutas y verduras frescas, pan de pueblo, tenderetes de cachivaches, bazares irreales, frutos secos y dátiles, higos y pasas, cúrcuma y azafrán, canela y hierbabuena, alfombras y teteras, mercado de las especias, tajín y pastela, minaretes y almenas. . .




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