Toribio, religioso
natural de la provincia de Galicia, de buena familia lo vendió todo
y acudió a Jerusalén. Allí gozó del favor del patriarca Juvenal
que lo nombró Sacristán de la Iglesia del San Sepulcro. La morriña
le hizo regresar a su tierra, y lo hizo trayendo a España algunas
reliquias de la pasión, como un fragmeno del Lignum Crucis. Una
tradición cuenta que Toribio trajó al Bierzo la talla de la Virgen de la Encina, llamada a convertirse en patrona de la comarca. Ya en
la Península Ibérica fue nombrado obispo de Astorga y combatió
enérgicamente la herejía de su paisano Prisciliano.
Cuenta la leyenda que
Santo Toribio tuvo que abandonar su diócesis y huir de la ciudad, ya
que los habitantes de Astorga lo acusaron de impiedad. Corrío
montaña arriba y cuando llegó al lugar donde hoy se eleva el
Cruceiro, juró que jamás regresaría. Otra versión de la leyenda
cuenta que Toribio tuvo que huir de Astorga cuando llegaron las
hordas de bárbaros suaves que arrasaron y se adueñaron de la
región.
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