Con la agilidad de un
cervatillo, la velocidad de una saeta y la resistencia de un lobo,
las hordas de magiares se lanzaron a devastar la inmensa llanura
panónica y todas las tierras adyacentes. Una época de convulsiones,
inestabilidad e inseguridad, un momento coyuntural en que nuevos
pueblos hacen su aparición en el escenario europeo. Una etapa
conocida antaño como "Segundas Invasionres", cuyos
protagonistas, normandos, eslavos, sarracenos y magiares,
aprovecharon la desaparición del Imperio Carolingio para campar a
sus anchas por todos los rincones de Europa.
Cuando estaba a punto de
finalizar el siglo IX, los magiares, con el caudillo Arpad al frente,
penetran como una cuña en el Corazón de Europa, con una fuerza
combativa capaz de vencer a cuantos ejércitos les salen al paso. Los
nómadas húngaros una vez llegados a Europa se especializaron en
perpetrar correrías e incursiones de pillaje con el único objetivo
de obtener cuantioso botín y convertir en tributarios los lugares
atacados.
Durante esta época
conocida en la historiografía húngara como Honfoglalás ,es
decir, la Conquista de la Patria, Europa vivía fragmentada en
pequeñas entidades señoriales y feudales, herederas de la reciente
desmembración del Imperio Carolingio, una situación que facilitaba
la labor depredadora de los magiares. A pesar de su preferencia por
saquear la Francia Orientalis (Baviera, Sajonia...) los húngaros
también alcanzaron las regiones más occidentales del (antiguo)
Imperio, como Hispania y el Norte de Italia, llegando incluso a
intervenir de manera directa en el conflicto bélico existente entre
el Imperio Bizantino y los búlgaros.
Palacios, iglesias y
monasterios, lugares donde esperaban encontrar cuantiosas riquezas,
se convirtieron en los principales objetivos de las operaciones de
rapiña. Los húngaros fundieron los metales preciosos y sus expertos
orfebres elaboraron nuevos objetos y joyas según sus propios
patrones estéticos. Además, hicieron numerosos prisioneros que
fueron vendidos como esclavos en los mercados de Asia.
La Europa Cristiana
asistía atemorizada a los desmanes provocados por esta raza de
infieles, procedentes de las mismas calderas del infierno. Pronto una
nueva plegaria elevada a los cielos se hizo popular entre la gente
más humilde; "De las flechas de los húngaros, protégenos
señor".
El éxito de estas
correrías húngaras radicaba en su táctica militar, inusual en
Europa. La caballería ligera húngara (sucesora de la huna,
antepasada de la mongola), hábil y disciplinada, formada por hombres
que aprendían a montar antes que a caminar, se enfrentaban con la
tradicional caballería pesada cristiana acostumbrada a luchar en
formaciones cerradas. Los húngaros picoteaban como tábanos y los
señores europeos no sabían como reaccionar. En un primer momento
los jinetes magiares lanzaban ataques veloces y fulminantes contra el
grueso de las tropas europeas, para rápidamente iniciar una retirada
separándose en dos alas (simulando una desbandada). Las líneas
enemigas, al creerse superiores, iniciaban una inútil persecución,
se iban deshaciendo conforme avanzaban y crecía la ilusión de
victoria. A una señal, los húngaros detenían la huida y volvían
sobre las patas de sus caballos, cercaban al incauto enemigo con las
dos alas y arrojaban sobre ellos una fuerte e intensa lluvia de
flechas.
Los guerreros húngaros
utilizaban el llamado arco reflejo, que imprimía mayor energía a
las flechas, logrando lanzarlas con más potencia y a mayor
distancia. Incluso se cuenta que los arqueros eran capaces de lanzar
flechas hacia atrás mientras su montura cabalgaba hacia el frente.
“Hábilmente atisban
la ocasión conveniente y vencen a sus enemigos, no tanto con su
espada y la fuerza militar sino por medio de la astucia, con ataques
sorpresa e interrupciones en los abastos […] Su armamento es:
espada, chaleco de cuero, arco y chuzo, de esta manera en la lucha la
mayor parte de ellos utiliza dos tipos de armas, en sus hombros
llevan un chuzo, en las manos sostienen un arco y utilizan uno u otro
según la necesidad. En caso de ser perseguidos obtienen ventaja
gracias a sus arcos. […] En la mayoría de los casos disfrutan con
la lucha a distancia, la emboscada, el cerco al enemigo, la vuelta
atrás fingida y la distribución en unidades militares dispersas.”
León VI el Sabio: Táctica.
Estas
correrías cumplían una doble función: obtener riquezas y aliviar
las tensiones que comenzaban a surgir y fraguar en el seno de la
sociedas magiar.
El
nuevo territorio era muy diferente de sus inabarcables estepas, y no
era apto para seguir practicando la tradicional ganadería
trashumante. Durante el proceso de colonización, las tierras más
fértiles y las praderas más ricas, pasaron a formar parte del
patrimonio de los más poderosos. Esta apropiación trajo consigo el
aumento de las diferencias económicas ya existentes. Mientras estre
proceso de diferenciación social se iba enquistando en las bases de
la sociedad magiar tradicionalmente nómada, los hombres libres,
siguiendo con los valores tradicionales de una sociedad guerrera y
una cultura del caballo, continuaron siendo guerreros de las estepas
que se enriquecían mediante el saqueo y la obtención de valiosos
botines.
El
interés de la nación, o mejor dicho de los jefes más poderosos de
la misma, exigía la pacificación, ya que frente a los dos imperios
más poderosos (Romano Germánico y Bizantino) Hungría no tenía
nada que hacer. Por otro lado las continuas correrías favorecieron
fundamentalmente a la tribu del príncipe, ya que esta no participaba
en las campañas militares y además había ocupado un lugar
estratégico en la región central de la Cuenca de los Cárpatos,
desde donde pudieron ocupar paulatinamente los territorios de otras
tribus. De esta manera empezó la unificación territorial y la
configuración de un nuevo reino, de la que fueron determinantes el
príncipe Geza y el primer rey, Esteban I, descendientes de la
familia Arpad.
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