¿Todos los hombres
poderosos terminan corrompidos? ¿Todos los que olisquean el poder
tratan de convertirse en soberanos absolutos imbuidos de una
proyección social y política más allás del bien y del mal?
Indudablemente, muchos seguro que sí.
Hans Waldman, estadista
suizo, comenzó en el oficio de curtidor y desde esta modesta
posición fue capaz de asecender hasta la magistratura de Zurich.
Hombre de armas, destacó en la Batalla de Morat (o Murten) en la que
el ejército confederado suizo derrotó a las experimentadas tropas
borgoñonas comandadas por Carlos el Temerario, y llegó a ser
nombrado burgomaestre (alcalde) de la ciudad de Zurich.
Su forma de ejercer el
poder, de forma autoritaria y tiránica, le acarreó numerosos
enemigos (envidiosos y/o temerosos), que consiguieron acuaserle de
aspirar a la Dictadura, e incluso de traicionar a su patria. Por
dichos cargos fue juzagado, condenado, y finalmente, en 1487,
decapitado.
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