sábado, 5 de octubre de 2019

BEESKOW.





A un paso (o varios pasos, depende de la zancada) encontramos Beeskow, una tranquila ciudad de origen medieval del land de Brandenburgo, que en su momento formó parte de la extinta República Democrática Alemana. Debo reconocer que atendiendo al nombre, pensé que se encontraba en Polonia.


La Guerra Fría fue dura, aunque pienso que algunas personas recuerdan con nostalgia los tiempos en que la Unión Soviética controlaba los destinos de los pueblos eslavos (y no eslavos) del Este de Europa. En recuerdo de aquella época (llenas de luces y de sombras) aún quedan en pie unos monolitos con las insignias soviéticas.




Un tranquilo pueblito alemán de provincia. Bien ordenado, con calles perpendiculares y paralelas encerradas dentro de la muralla. Los edificios fueron construidos utilizando ladrillos, una técnica típica de la Gran Llanura, empleados con profusión por los arquitectos alemanes, cuyo uso fue extendido por la Orden Teutónica.





La plaza del Mercado, datada en el siglo XIII, es un espacio abierto que nos traslada al antiguo ágora griego, la enorme iglesia, cuya torre y cubierta sobresalen por encima del resto de edificios de la ciudad, y el burg, un tanto alejado del centro neurálgico, próximo al río.



La iglesia gótica de Santa María fue construida entre 1380 y 1511 El burg – castillo y palacio – también fue edificado durante el Medievo (1272).


Aquí, a las afueras de la población, un camping idílico y la mejor piscina que encontré en toda la vida. Entre chapuzón y chapuzón, soñé que era Huckleberry Finn.



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