A un paso (o varios pasos,
depende de la zancada) encontramos Beeskow, una tranquila ciudad de
origen medieval del land de Brandenburgo, que en su momento formó
parte de la extinta República Democrática Alemana. Debo reconocer
que atendiendo al nombre, pensé que se encontraba en Polonia.
La Guerra Fría fue dura, aunque
pienso que algunas personas recuerdan con nostalgia los tiempos en
que la Unión Soviética controlaba los destinos de los pueblos
eslavos (y no eslavos) del Este de Europa. En recuerdo de aquella
época (llenas de luces y de sombras) aún quedan en pie unos
monolitos con las insignias soviéticas.
Un tranquilo pueblito alemán de
provincia. Bien ordenado, con calles perpendiculares y paralelas
encerradas dentro de la muralla. Los edificios fueron construidos
utilizando ladrillos, una técnica típica de la Gran Llanura,
empleados con profusión por los arquitectos alemanes, cuyo uso fue
extendido por la Orden Teutónica.
La plaza del Mercado, datada en
el siglo XIII, es un espacio abierto que nos traslada al antiguo
ágora griego, la enorme iglesia, cuya torre y cubierta sobresalen
por encima del resto de edificios de la ciudad, y el burg, un tanto
alejado del centro neurálgico, próximo al río.
La iglesia gótica de Santa María
fue construida entre 1380 y 1511 El burg – castillo y palacio –
también fue edificado durante el Medievo (1272).
Aquí, a las afueras de la
población, un camping idílico y la mejor piscina que encontré en
toda la vida. Entre chapuzón y chapuzón, soñé que era Huckleberry
Finn.
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