A la hora de estudiar la sociedad medieval es necesario mencionar la importancia de las relaciones que se establecen en ciertos centros de la vida social, muy vinculados con la estructura de las clases sociales y la diversidad de los géneros de vida.
La iglesia – o parroquia rural –
animada por el clero secular, es el centro de la vida espiritual, un
lugar de asamblea cotidiana y de celebración de las festividades
religiosas, donde van tomando forma mentalidades y sensibilidades.
Sus campanas, además, dan la voz de alarma y organizan los ritmos
vitales.
El castillo – símbolo del poder
feudal – los señores y la sociedad castrense en general, tienen su
punto de encuentro en los castillos. Allí se agrupan jóvenes hijos
de vasallos enviados allí para servir al señor y llevar a cabo su
aprendizaje militar, trovadores, juglares y bufones, los domésticos
señoriales y toda una tropa de criados y sirvientes de todo pelaje.
El molino es el centro de reunión
de las masas populares en el campo. Lugar al que el campesino ha de
llevar el trigo, hacer cola hasta llegar a su turno y esperar después
su harina. Centro idóneo para entablar relaciones y conversaciones,
comentar cuitas y chismorreos, y fraguar revueltas campesinas.
La taberna es el gran centro de
reunión social en la aldea– como sigue ocurriendo en la actualidad
– y en la ciudad. Allí acude el gentío a beber vino o cerveza, a
jugar a los dados, conversar y divertirse, tanto habitantes locales
como visitantes foráneos, pues también cumple funciones de albergue
para los viajeros. En ocasiones el tabernero es además prestamista.
Por todo ello la taberna es un nudo esencial en la red de relaciones
sociales: se difunden noticias, leyendas, surgen las leyendas y se
forjan las mentalidades.
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