La imponente Cordillera
Cantábrica se precipita sobre el mar homónimo, dando forma a una
costa montañosa, acantilada y tremendamente irregular. Caminar
pegado al litoral es una experiencia vital fascinante, auque
agotadora (especialmente cuando vas cargado con la mochila). Los
peregrinos xacobeos que andan por el Camino del Norte sabrán de que
hablo.
El camino que une Soto de Luiña
y Cadaveo, transcurre casi en su totalidad por el interior de un
bosque húmedo. El perfil es regular en su irregularidad, subiendo y
bajando, descendiendo hasta el fondo del valle donde encontramos
algún riachuelo, arroyo o regato, y un posterior ascenso hasta
encontrarnos con la calzada que nos conduce hasta la siguiente
población. Y luego una nueva bajada, y otra subida, y otro
pueblecillo, y así sucesivamente en un precioso sendero rompepiernas
que pone a prueba la potencia, la resistencia y la fortaleza mental
de los caminantes.
En Asturias llaman Ballotas a
estos pequeños valles, algunos de los cuales desembocan en playas
salvajes, tranquilas y pedregosas, como la de la fotografía.
Cuando los eucaliptos y los pinos se asoman
al mar Cantábrico. Los bosques asturianos se asoman al mar, tapizan
las estribaciones septentrionales de la Cordillera Cantábrica,
aquella que cierra la Península Ibérica por el Norte. Veinte
kilómetros para el disfrute visual, a pesar del calor asfixiante y
la humedad. Por largas caminatas como estas decidimos (durante
algunas semanas) meternos en la piel de un peregrino.
El camino del Norte por la costa
es el más duro ( de los que conozco) pero los paisajes y las
panorámicas bien merecen el esfuerzo.
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