Situada
a orillas del río Escalda, Amberes ha sido históricamente una de
las ciudades más prósperas de Flandes y fruto de esa secular
prosperidad es su armónica belleza. Aunque el enclave ya existía a
comienzos del primer milenio, su auténtico esplendor comercial
comenzó cuando la vecina Brujas entró en declive al inicio del
Renacimiento. Desde ese momento se convirtió en uno de los puertos
comerciales más dinámicos de toda Europa.
Aunque existen evidencias arqueológicas que remontan su origen a
época galorromana, la primera fortificación estable se levantó en
el siglo VIII, aunque fue destruída durante una incursión vikinga
en el siglo IX. Tras el saqueo, y como a perro flaco todo son pulgas,
la ciudad fue desolada por epidemias, tormentas e incendios.
Desde finales del siglo X constituyó una provincia fronteriza del,
entonces emergente, Sacro Imperio Romano Germánico, cambiando de
dueño y señor con relativa frecuencia. Formó parte del Ducado de
Brabante en el siglo XIII, al Condado de Flandes desde 1355 y
posteriormente a la Casa de Borgoña. Fue miembro de la Liga
Hanseática y su población se acercaba a los 200.000 habitantes.
Como parte integrante de la Casa de Borgoña, Amberes pasó a
engrosar la fabulosa herencia recibida por Carlos V.
En el año 1488, Maximiliano I transfiere a la ciudad una serie de
privilegios, que hasta ese momento había disfrutado su gran rival,
Brujas. Y fue a partir de esta época cuando Amberes desarrolló todo
su potencial económico, convirtiéndose en uno de los centro
comerciales más destacados del mar del Norte.
Uno de los símbolos de la prosperidad amberina fue la construcción
de su catedral, la más grande de la región, para cuya ejecución
fue necesario la financiación y el apoyo del enriquecido patriciado
urbano.
Desde el siglo XV, y de la mano de la población judía, Amberes se
fue convirtiendo en un centro del diamante de referencia mundial. Una
actividad en la que sigue destacando en la actualidad. Se tiene
constancia documental que ya en 1446 se tallaban, compraban y vendían
bellisimos diamantes de gran calidad, y en poco tiempo prácticamente
monopolizó su comercio.
Sus ciudadanos más acaudalados, aquellos burgueses enriquecidos
gracias al floreciente comercio, construyeron suntuosas viviendas
renacentistas, cuyas fachadas de ladrillos coloridos, situadas en la
Grote Markt, siguen haciendo las delicias de amberinos y visitantes,
mientras pasean por sus alegres calles y disfrutan del sabor de un
dulce y esponjoso grofre (puedo asegurar que es el mejor que he
probada en mi vida).