Nunca
noble alguno poseyó un castillo en un lugar tan rematadamente bello
como este. De entre un tupido bosque de coníferas se abre paso un
macizo rocoso, que surge directamente de los dominios de Plutón y se
yergue por encima del bien y del mar. A sus pies las limpias aguas
del lago. Sus espaldas, bien cubiertas, por la imponente cordillera
alpina. Sus tímidos torreones apenas destacan en un enclave
fortificado por obra de Gea. Una ubicación sublime, la Naturaleza
diseñó un hermoso cuadro y los constructores medievales dieron las
últimas pinceladas.
El
castillo es mencionado por primera vez en 1011, en un documento de
donación del emperador Enrique II, que lo cedía a los obispos de
Brixen. Situado en la Marca de Carniola frontera defensiva frente a
húngaros y croatas, pasó a manos de los Habsburgo en 1278.
La
parte más antigua, y medieval, es la torre románica. A lo largo de
todo el periodo medieval se construyeron nuevos paramentos
defensivos, mejorando la fortificación con nuevos añadidos durante
el Renacimiento. Como un nido que sobresale del bosque, la nobleza
depredadora vigila su coto de caza particular (y feudal).
Los
hombres de la Edad Media eligieron lugares asombrosos para asentarse
y construir sus castillos. En siglos posteriores arquitectos del
Renacimiento (y aún del Barroco), ampliaron y embellecieron (hasta
el infinito) estas construcciones.
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