Los
burgueses, gente emprendedora y ambiciosa, consiguió (después de
prolongadas disputas, conflictos y luchas armadas) escapar del férreo
control que ejercían los Señores Feudales, que por otro lado, les
consideraban una clase social inferior. Mientras la nobleza europea
se dedicaba a la guerra y a dorar la píldora a sus reyes, los
afanosos burgueses trabajaban, negociaban y levantaban ciudades de
indeleble belleza y acusada idiosincracia. Como por ejemplo,
Bruselas.
Bruselas,
la ciudad de los gofres y de la cerveza, de la lluvia y de las
patatas fritas, capital de Bélgica y corazón de la Unión Europea,
fue, durante la Edad Media, una próspero emporio comercial.
Aunque
no existen vestigios arqueológicos que lo corrobore, la fecha de
fundación de la ciudad se ha establecido en el 979, cuando el Conde
de Brabante construyó una fortaleza para defender el pequeño
enclave comercial. Pero será a partir del siglo XII, momento en que
los Condes de Brabante se instalan en el monte Coudeberg (actual
Plaza Real) cuando Bruselas despegue y comience a desplegar todo su
potencial. Se construyen iglesias, proliferan los talleres textiles,
se intensifica la actividad mercantil y todo el entramado urbano es
rodeado por una muralla.
Situada
en una posición privilegiada, en la concurrida ruta comercial que
unía Brujas con Colonia, Bruselas se convirtió en un destacado
centro comercial. El comercio hace llegar dinero a espuertas. Y ese
dinero se reinvierte en la ciudad, que va adquiriendo su original
belleza, una sugerente simbiosis entre equilibrio y opulencia, que
hacen de ella una de las ciudades más encantadoras y sugerentes de
la Vieja Europa.
La
ciudad, o mejor dicho sus comerciantes, participaron en las
prestigiosas ferias de Champaña, y a finales del siglo XIII quedó
integrada en la Liga Hanseática (precedente ahistórico del Mercado
Común).
Las
familias acomodadas, aquellas que se dedicaron a los paños y tapices
se repartieron el poder municipal, dejando a un lado a obreros y
artesanos. (Los burgueses veían a sus trabajadores, con el mismo
desden que los nobles miraban a los burgueses. Extraña y cruel
paradoja). Estos linajes consiguieron, a cambio de financiación o
cualquier otra forma apoyo, una serie de privilegios políticos y
económicos del Duque de Brabante, que les permitió, a través del
control político de la ciudad, agrandar sus fortunas, aumentar sus
riquezas y consolidar sus posiciones de privilegio. En ese sentio, en
el año 1306 está documentada la existencia de Siete Linajes que
formaba el Patriciado Urbano y regían los destinos de Bruselas. Por
supuesto, como en todos los equilibrios de poder a lo largo de la
historia, también hubo enfrentamientos y conflictos entre los
grandes linajes.
En
el siglo XIV, estos potentados instalaron su sede en un edificio
situado en la plaza del mercado, que con el tiempo terminaría
convirtiéndose en la Grand Place, el centro neurálgico de la
capital belga.
Tejedores,
bataneros, tintoreros y todos los trabajadores que estaban en la base
de la cadena productiva, protagonizaron una serie de revueltas en
contra de sus "jefes", exigiendo una mejora en sus
condiciones laborales y una mayor participación en la vida política
del municipio. En 1390 los linajes se vieron obligados a concederles
el derecho a formar gremios, y poco después, en 1421, se aprobó la
Constitución Municipal, vigente hasta los turbulentos años
revolucionarios (1795), que repartía el poder municipal entre los
Siete Linajes y los gremios.
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