Una
de las ciudades más bellas y carismáticas de Europa, la capital de
Austria Viena, también tuvo (como muchas otras en el Viejo
Continente) un origen urbanístico romano. Éstos la llamaron
Vindobona, un topónimo de origen celta que significa "ciudad
blanca".
Hacia
el año 500 a.C., en plena Edad del Hierro, los celtas, procedentes
quizás de la cercana Hallstatt, se establecen en la zona, siendo
complementados más tarde por algunas bandas de germanos. En el 15
a.C. y dentro del contexto de expansión romana hacia el norte, la
actual Viena se convirtió en un campamento militar desde el que se
puede controlar la provincia de Panonia.
Enclavada
junto al eterno Danubio (no tan azul como quiere el famoso vals),
frontera natrual (y osmótica) entre el civilizado mundo romano y el
bárbaro mundo romano, Vindobona servirá de baluarte defensivo para
el Imperio, hasta su caida. El emperador Marco Aurelio falleció aquí
en el 180, después de sus campañas en la fría Germania.
Vindobona
fue en origen un destacado campamento militar, que albergaba unos
6000 hombres, con una población civil adjunta. Además a su
alrededor se fueron desarrollando centros de abastecimiento y
comercio, creando el germen de una futura urbe.
En
Michaelplatz se han excavado los restos de un puesto militar avanzado
Cuando
uno pasea por Viena, pocos son los restos romanos que se dejan ver.
Habría que destruir sus maravillosos edificios y socavar sus
cententarias calles para dar con ellos, evidentemente algo carente
totalmente de sentido. No obstante, escultores barrocos y
especialmente neoclásicos, legaron una serie de estatuas y relieves,
diseminados por toda la monumental ciudad, que retratan y recuerdan,
ese lejano pasado romano, como queriendo de alguna manera entroncar
con su grandeza. Algo parecido sucede con Grecia si atendemos, por
ejemplo, a su Parlamento.
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