Antes de asentarse como
un estado estable, los magiares, al igual que hicieron anteriormente
los godos, por poner un ejemplo, fueron utilizados como fuerza de
choque por un estado más desarrollado y organizado. En este caso el
Imperio Bizantino.
En el 894 el emperador de
Bizancio León VI el Sabio, encontró en el poderoso Simeón I de
Bulgaria, un rival muy duro. Con la idea de combatirle hasta el
agotamiento, se atrajo el favor de los magiares y los lanzó contra
Bulgaria. Esta fue la primera aparición de los magiares en el
escenario de los conflictos políticos europeos.
Simeón, auténtico
hombre de estado y gran estratega, pactó (o sobornó) a su vez con
los pechenegos, y tras varias victorias de los magiares, consiguió
que los pechenegos guerreasen con ellos y los derrotasen. Este
varapalo obligó a los futuros húngaros desplazarse más hacia el
Norte, a la Cuenca del Danubio, que acabaría convirtiéndose en su
tierra prometida.
“Después de que
Simeón de nuevo hizo las paces con el emperador de los romanos
[bizantinos], se sintió con valentía, mandó buscar a los
pechenegos y llegó a un acuerdo con ellos, para que derrotaran y
aniquilaran a los turcos [húngaros]. Y cuando los turcos fueron a
una campaña, los pechenegos con Simeón atacaron a los turcos,
exterminaron a sus familias por completo y desalojaron cruelmente a
los turcos que fueron dejados atrás para cuidar sus tierras. Los
turcos, después de haber regresado y encontrado su tierra tan
desierta y devastada, se establecieron en la tierra donde hoy también
viven […]” (Constantino Porfirogéneta: Del gobierno del Imperio,
alrededor de 952).
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