Dormir al raso, vadear
ríos, enfrentarse a pícaros y caraduras, protegerse de salteadores
y bandidos, capear con vientos y tempestades, discutir con párrocos
sobre la Trinidad o la Virginidad de María, dejar una piedra en la
Cruz de Ferro, admirarse de la magia del Cebreiro, sufrir en el
descenso de Foncebadón, apurar el paso, arrodillarse en cada
humilladero, sufrir sed en el páramo, pasar frío en las cumbres
nevadas, perderse en el bosque, despertar con el gallo, sortear
roquedales, despistar a las alimañas, pagar plusvalías (quien tenga
monedas), ahuyentar a licántropos hambrientos que pueblan bosques
gallegos, tratar de descubrir a un mouro que te solucione la vida,
contar las estrellas, pelear con el cuélebre, mirar a la cara a la
Santa Compaña, curar con vino las heridas del alma, brindar con
Selene, dibujar en la mente el mapa de las estrellas, deleitarse ante
el gótico y el románico, embaucar al mismísimo Ángel Caído,
celebrar litolatrías, pedir perdón a la naturaleza, respirar polvo,
degustar pulpo y además caminar, caminar y caminar . . .
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