Antes
los gladiadores y ahora los toros, tiñen carmesí la Arena de Arlés,
embriagados por el atronador griterío de la masa enfervorecida.
La
magnitud e importancia de una ciudad romana (o galorromana en este
caso) podemos contrastarla a partir del número y tamaño de los
recintos lúdicos. Cualquier ciudad contaba con un teatro. Las que
comienzan a tener cierta preeminencia, disfrutaban también de un
anfiteatro permanente. Y las más prósperas incluían un circo.
Viendo las dimensiones del teatro y anfiteatro de Arlés, y
conociendo (y situando en el plano) la existencia de un circo,
podemos fácilmente hacernos una idea de la preponderancia e
importancia que tuvo la Arlés Romana.
Arena
de Arlés es el nombre de un anfiteatro romano construído en la
década de 80 -90, unos años después del Gran Coliseo de Roma, al
que intenta imitar en forma y estructura.
Al finalizar la
Antigüedad fue abandonando su función principal y en algunas
ocasiones llegó a servir como refugio para la población local en
momentos de peligro. Y en la Edad Media fue transformado en auténtica
fortaleza, y para dotarlo de elementos poliorcéticos, se añadieron
cuatro torres, de las que tres, quedan hoy en pie, una de ellas
dominaba la ciudad, la que se le enfrentaba controlaba el Ródano.
Además se fueron construyendo viviendas en su interior y el antiguo
anfiteatro quedó convertido en un vecindario medieval en el que se
amontonaban casas y talleres.
En la actualidad es un
coso taurino de gran tradición en el sur de Francia. Si antes eran
gladiadores, ahora son toreros los que pisan la arena.
En los alrededores del
anfiteatro es fácil encontrar tabernas taurinas, ¿sorpresa?, no, la
tauromaquia es tan antigua como el Mediterráneo mismo.
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