La Edad Media está llena
de batallas inolvidables que han quedado recogidas en los anales de
la historia, y esas mismas batallas están llenas de actos heroicos y
leyendas. Y el rey húngaro San Ladislao protagonizó tanto batallas
como leyendas.
En el año 1068 los
cumanos, procedentes de la inmensa Asia (el mismo lugar del que
siglos antes habían llegado a Europa los magiares), dirigidos por
Ozul, penetraron y arrasaron la región de Transilvania. El rey
húngaro Salomón, en compañía de sus primos, los hermanos Ladislao
y Geza (que también llegarían a sentarse en el trono de Hungría),
les salieron al pason empeñados en presentar batallas y expulsarlos
de su país.
Ozul situó a sus tropas
en una posición ventajosa sobre la colina de Cserhalom y recibían
con una lluvia de flechas a los tres ejércitos húngaros. Ambos
bandos se emplearon a fondo, el combate fue duro y muchos soldados
jamás abandonarían el campo de batalla. La resistencia de los
húngaros parecía inquebrantable, y agotados, los cumanos decidieron
emprender la huída, concediendo la victoria al ejército magiar.
Y durante la huida se
produce el legendario episodio protagonizado por Ladislao, e
inmortalizado por los trovadores medievales y los pintores
románticos. Cuando los cumanos iniciaron la retirada, Ladislao pudo
ver a uno de ellos que huía al galope cargando con una joven
doncella sobre su caballo. El futuro rey y santo, comenzó una
persecución frenética, y al ver que no lograba dar alcance al
captor, gritó a la joven que se agarrase al cinturón del jinete y
se arrojasen juntos al suelo. Una vez pie en tierra, Ladislao y el
cumano se enzarsaron en un agotador combate, que se resolvió cuando
la valiente muchacha clavó una daga en el muslo de su raptor.
Exhausto y malherido el cumano recibió la lanzada mortal de Ladislao
que de esta manera logró liberar a la joven.
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