Si un hijo cuenta con el beneplácito de los dioses, está en su legítimo derecho de reemplazar a su padre. Eso debió pensar Svend cuando desplazó sin miramientos (tal vez con violencia) a su progenitor, el prestigioso (antes y ahora) Harald Diente Azul del trono de Dimarca. Cansado de esperar, en el 987 destronó a su padre y se apoderó de la corona. Caudillo belicoso y cuentan que despiadado – tratándose de vikingos es como no decir nada – derrotó a Olaf Tryggvason para mantener el control sobre Noruega y luego puso los ojos en Inglaterra. Cuando el rey Etheredl II “el Indeciso” ordenó la matanza de los colonos daneses, Svend inició una serie de invasiones y saqueos por la isla de las que obtuvo importantes tributos. Mas en 1013 decide la sumisión absoluta de la isla, desembarcando con su ejército. Únicamente Londres pudo oponer resistencia, aunque también fue quebrada por el acero vikingo. El 23 de Diciembre del año 1013 fue proclamado rey de toda Inglaterra. Murió seis semanas más tardes y su cadáver fue trasladado a Roskilde. Uno de sus hijos, Canuto el Grande consiguió reinar en Dinamarca, Noruega e Inglaterra.

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