jueves, 9 de abril de 2020

EL REY ESCORPIÓN Y EL ALBOR DE UNA CIVILIZACIÓN.




De repente, aparece un rey. Un personaje impresionante, hierático, con la corona blanca delvAlto Egipto. Ya no se trata de un simple jefe de clan, sino de todo un monarca. Esa corona es unvsigno que no engaña. Su nombre es un enigma: está escrito con el jeroglífico del escorpión cuyavlectura no está determinada. Por esta razón, se le llama, para simplificar, el rey Escorpión.

Varios objetos están grabados con su nombre, como una vasija de Tura y ofrendas encontradas en el templo de Hieracómpolis, la Nejen de los antiguos egipcios. Pero el documento esencial es una admirable cabeza de clava que procede también del emplazamiento de Hieracómpolis y se conserva en el Ashmolean Museum de Oxford. Es un objeto calizo y sirve de marco a varias escenas en alto relieve que marcan la aparición de un faraón en la historia. Las representaciones se distribuyen en tres bandas, disposición típica del arte egipcio que aparecerá en todas las épocas. En la banda superior se ven estandartes de provincias, así como pájaros muertos —probablemente avefrías—, y arcos suspendidos en los escudos que sirven para soportar los estandartes. En esta sucesión de provincias se reconocen los símbolos del dios Seth, un animal compuesto, y de Min, una figura muy extraña que se cree que es un meteorito. Este «cómic», si se nos permite la expresión, tiene una significación precisa. El rey Escorpión muestra su soberanía sobre las provincias del Alto Egipto. Encabezando sus tropas, ha vencido a las poblaciones simbolizadas por las avefrías y por los arcos, sin duda habitantes del Delta y nómadas que vivían en las fronteras de Egipto o en los oasis.

De esta manera, se evoca una gran victoria del sur sobre el norte. De esta manera, aparece un monarca de magnitud nacional que, sin embargo, es dueño solamente del Alto Egipto. Hay que señalar que el rey Escorpión no se ha hecho representar en esta escena que hace alusión a su conquista. Solamente le encontramos en la segunda banda, en un contexto de paz y de construcción. Ataviado con la corona blanca, con un faldellín de ceremonia con un rabo de animal atado a la cintura y colgando por detrás, sostiene una azada con sus dos manos y cava un canal. Frente a él, un poco por encima de su rostro, una estrella de siete puntas y un escorpión. Un portaestandartes precede al rey, probablemente para anunciar al país la obra inaugurada por el monarca. Un sacerdote lleva en un capazo la tierra que el faraón ha cavado. El rey, figura central de la escena, es mucho más grande que sus servidores.

Tamaño pequeño de los servidores, tamaño colosal del monarca: esta simbología será también una constante de la expresión artística de los egipcios. No hay en esto nada de megalomanía, sino una voluntad de indicar las diferentes naturalezas de los seres representados, entre el rey-dios por un lado, y los humanos por otro. La misma regla se podrá aplicar a los nobles poseedores de grandes terrenos, con una idea similar: cuando el noble, sentado ante tres bandas donde trabajan los múltiples gremios de su territorio, contempla la gente que está bajo su responsabilidad, les protege con toda su grandeza. Su tamaño y su grandeza garantizan, de alguna manera, su capacidad para dirigir y velar a sus súbditos. Lo mismo sucede con el faraón. El rey Escorpión se nos muestra, pues, mediante un acto ritual, un acto fundacional.
Christian Jaqc
El Egipto de los grandes faraones.


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