Embaucadores, mercachifles y
vendeburras han existido en todo tiempo, gentuza que intenta
aprovecharse de los males ajenos. Hacia 1326 este médico, Antoni
Imbert, fue acusado de prometer, en forma engañosa, curar problemas
de esterilidad, especialmente en las mujeres.
Un ayudante (ese al que se
denomina gancho) elogiaba su pericia ante los eventuales (e incautos)
clientes. Gracias a sus chanchullos Antoni ganó grandes sumas de
dinero en Draguignan, de donde tuvo que huir en medio de una oscura y
fría noche.
Entre sus artimañas se
encuentran las siguientes. Prometió a Raimunda Veranessa que su
hija, Roselin, se reconciliaría con su marido y tendría un hijo.
Para proceder pidió un sábana de la cama de los esposos, un velo
que la joven debía utilizar y un bolso de seda sobre el que escribió
trece letras en oro y azul. Roselin tenía que escribir los
evangelios de san Juan, de Lázaro y de los tres Magos; y tener
relaciones con su marido los viernes.
A otra mujer llamada Bertranda le
pidió un florín de oro y su alianza. Los cosió ambos con hilo
negro en una tela amarilla, le pegó un papel que tenía el dibujo de
la cruz y las inscripciones: “Gaspar, Melchor y Baltasar”, “Pater
Nostre, Ave María” y “Michael”. Después de enganchar a ese
papel una piedra redonda y un denario le recomendó a Bertranda que
colocara el amuleto en el lecho conyugal.
No hay comentarios:
Publicar un comentario