Hace dos mil
años un galileo de oscuro origen se propuso cambiar el mundo y
transformar la sociedad humana creando una especie de estado
universal para todos los hombres y mujeres de la Tierra. Iba y venía,
sin rumbo fijo, por polvorientos caminos abrasados por el Sol de
Palestina. Se hacía acompañar de un grupo de hombres y mujeres,
convencidos realmente de poder cambiar el mundo. Una caterva de
maleantes para la gente bien. El galileo eligió personalmente a doce
de ellos, los apóstoles, cuya sagrada misión sería extender su
mensaje de amor y paz por todo el Orbe, continuando así su magna
obra. Este oscuro judío, como todos los grandes hombres, se granjeó
enemigos por todos lados; judios y romanos. Consiguió lo imposible,
que judios y romanos se pusieran de acuerdo en una cosa; Jesús era
una incordio y debía ser ejecutado.
Cristo murió
en la Cruz y sus doce apóstoles fueron perseguidos. El miedo les
hizo buscar escondrijos. Acojonados estaban, hasta que las lenguas de
fuego les insuflaron ánimos, y a partir de este momento los
discípulos se convirtieron en mensajeros de la fe: uno de ellos
llegó a la Península Ibérica (a la Hispania Romana), aquel al que
llamaban Santiago.
No hay comentarios:
Publicar un comentario