A principios del siglo XVIII
los estados europeos ya habían explorado el continente Americano,
las costas africanas y las lejanas tierras de Asia (el danés Bering
recorrió el estrecho que bautizó con su nombre), sin embargo, nadie
se había adentrado en las desconocidas aguas de los mares del sur,
el vasto Océano Pacífico. Durante las centurias anteriores los
científicos pensaban que al sur de esas tierras conocidas existía
una gigantesca masa continental a la que llamaban Terra Australis
Nodum Cognita, algo así como Tierra del Sur Desconocida.
A lo largo del siglo XVIII se
organizarán desde Francia e Inglaterra, la mayoría de las veces por
parte de los respectivos gobiernos, varias expediciones con el
objetivo de explorar y cartografíar esta desconocida región. En ese
sentido destacan los franceses Bougainville y La Pérouse, y el
inglés James Cook. Parte de la tripulación estaba formada por
científicos que tenía como cometido estudiar la flora, la fauna y
las costumbres de los grupos humanos que encontraran. A finales de
este siglo los europeos descubrieron Oceanía y las costas de la
Antártida.
Las enconadas rivalidades entre
las compañías comerciales impulsaron expediciones hacia otros
territorios inexplorados, como las de Alexander MacKenzie por Canadá
o la del francés La Condamine por Sudamérica. Por otro lado, el
lucrativo tráfico de esclavos alentó las incursiones hacia el
interior del continente africano, como las protegonizadas por Mungo
Park. Con estas expediciones Europa asentaba las bases para su
dominio absoluto del mundo.
En España la expedición más
célebre y más recordada fue la capitaneada por Alejandro Malspina,
que en 1789 emprendió un viaje político-científico por América,
Asia y Oceanía.
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