Los albanos son inmemoriales
habitantes de la cordillera del Cáucaso, una región de paso,
disputada durante milenios por las potencias de la región. Los
albanos dependían del imperio persa aqueménida, cuyo declive
permitió la formación de un reino unificado en el siglo II a.C.
Los generales romanos Pompeyo y
Marco Antonio lucharon con diversa fortuna contra ellos, aunque al
final, igual que hicieron los iberos, los albanos firmaron un tratado
de paz y amistad con Roma.
Estrabón, el geógrafo bizco
escribio sobre ellos: “Estos hombres se distinguen además por su
bondad y generosidad, son francos y no tienen espíritu de
comerciante, pues normalmente ni siquiera utilizan la moneda, ni
conocen ningún número mayor de cien, sino que practican el trueque
de productos y, por lo demás se toman la vida despreocupadamente.
Tampoco tienen experiencia con las medidas exactas y los pesos, ni
han establecido normas para la guerra, el gobierno y la agricultura.
Luchan igual a pie que a caballo, ya sea con armamento ligero ya con
armadura pesada como los armenios”. Los albanos practicaban
sacrificios humanos con fines purificatorios.
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