Catalina
II, de origen alemán, se convirtió en emperatriz de Rusia después
de promover una conspiración contra su débil esposo el zar Pedro
III, que acabaría asesinado. La zarina, una mujer culta e
inteligente, ejerció el poder hasta su muerte (1762 – 1796), se
rodeo de amantes e hizo suyas muchas de las ideas de los ilustrados
franceses. Trabó amistad con Diderot y mantuvo relación epistolar
con Voltaire. Catalina II puso en marcha un ambicioso proyecto de
reformas, embelleció (aún más) la ciudad de San Petersburgo
(tomando como modelo París), inició la colección de Ermitage,
fundó el instituto Smolny para las hijas de la aristocracia.
No
obstante, todas estas reformas fueron una simple fachada, pues
mantuvo los privilegios de la nobleza y agravó la situación de los
campesinos sometidos a las duras condiciones del régimen señorial.
Durante su gobierno fomentó la occidentalización de Rusia, acometió
la modernización del país y patrocinó la expansión militar y la
colonización de vastas tierras. Por otro lado promovió el ascenso
social de militares (y amantes) como Gregorio Potemkin a los que
agasajaba con fabulosos palacios en la ciudad e San Petersburgo.
En 1934 la
magnética Marlene Dietrich interpretó a la zarina en la película
Capricho Imperial.
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