Federico
II el Grande, rey de Prusia fue un excelente estratega y un referente
para muchos de los militares que vinieron después de él, pero
también fue un soberano preocupado por la belleza, la cultura y el
conocimiento, un monarca que se dedicó a las letras por devoción y
a las armas y a la política por obligación. Durante su largo
reinado (1740 – 1786) fue considerado uno de los déspotas
ilustrados más notables de Europa.
Federico
II triunfó en doce de las quince batallas que libró, centralizó la
administración y la dotó de funcionarios bien preparados, su
objetivo siempre fue el engrandecimiento de Prusia. Fomentó la
agricultura, un pilar fundamental de su política pronatalista.
Necesitaba alimentar a una población creciente para la construcción
de un poderoso estado. En el plano económico promocionó la
producción industrial, apostó por la navegación fluvial,
acometiendo la construcción de canales entre el Oder y el Vístula.
Además fundó el banco de Berlín.
Federico II
apoyó a Inmanuel Kant y presumía de ser poeta y músico, escribía
versos en francés y tocaba la flauta. Convirtió su país en
potencia continental, al tiempo que despertaba la admiración de la
élite intelectual europea. Por su refinada corte desfilaban artistas
y filósofos, desde Voltaire hasta Bach.
En el
terreno militar siempre dio muestras de una notable rapidez en su
maniobras, e igualmente demostró ser un político calculador y
astuto. No destruyó ni abolió la aristocracia alemana, simplemente
se apoyó en ella y se sirvió de su prestigio personal para ponerla
en su lugar (es decir, a sus pies). Continuando la obra de su padre
perfeccionó una eficiente maquinaria militar.
Gran militar
y buen administrador, también era amante de la vida cortesana, la
música y las letras. Desdeñó la lengua y la cultura alemanas y
mostró su preferencia por todo lo que procedía de Francia: la
lengua que se hablaba en su corte era el francés.
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