Mijaíl
Lomonosov es el estereotipo de hombre ilustrado, un polímata ruso
del siglo XVIII que tocó (con éxito) muchas y variadas ramas del
saber. Siendo joven abandonó su aldea natal, perdida en la
inmensidad del territorio ruso, y se dirigió a Moscú para estudiar
y formarse. Gracias a su inteligencia natural, a su trabajo y
dedicación, consiguió medrar en la capital del imperio donde fundó
la primera universidad del país (en la actualidad un mastodóntico
edificio situado en la célebre colina de los gorriones).
Lomonosov
cursó estudios de griego, latín, eslavo antiguo, historia,
filosofía, química, física, mecánica, minería . . . unos
conocimientos que le sirvieron para escribir (entre otras obras) una
Gramática Rusa, convertirse en poeta de la corte de Elizabeta
Petrovna (la hija de Pedro el Grande), trabajar en el Departamento de
Geografía de la Academia de las Ciencias Rusas, publicar una
Historia de Rusia, demostrar el origen orgánico del suelo, del
petróleo, del ámbar y del carbón, desarrollar una técnica para
elaborar vidrios de colores o enunciar la Ley de Conservación de la
Materia antes que Lavoisier.
El poeta
romántico Alexander Pushkin le dedicó unas emotivas palabras:
“Lomonosov fue un grande. Entre Pedro I y Catalina II él es el
único defensor auténtico de la educación. Creó la primera
universidado mejor dicho, él mismo fue nuestra primera universidad”.
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