Si
te encontrases con el creador ¿qué le dirías?. Roy Batty,
enfrentado a su hacedor, actuó como cuando Cronos castró a su padre
Urano. Una escena memorable de una película de las llamadas de
culto.
La
atmósfera, los escenarios, el rimo, los diálogos y la sugestiva
banda sonora (compuesta por el infalible Vangelis) te sumergen en la
historia, hasta que terminas formando parte de ella. En ocasiones te
ves como un cazador blade runner, en otras escenas eres Eldon Tyrell
(versión futurista del doctor Frankenstein) y en la siguiente te
metes en la piel de un Nexus-6 al que se le acaba el tiempo. Cada vez
que revisiono Blade Runner, tengo la sensación que es la primera vez
que la veo, todo me resulta extrañamente familiar, pero también
completamente novedoso.
Gótica
e inquietante, un poco de filosofía, otro poco de visión
apocalíptica, pequeñas dosis de erotismo y un escenario decadente
de grand guignol,
una historia de amor tan perturbadora como probable, un blade runner
que no cree en nada pero que no deja de descubrir y un replicante que
se eleva como autentico redentor de su estirpe.
Hierática
y enigmática, inocente y sensual, inteligente y sensitiva, Rachel se
enfrenta, como cualquiera de nosotros, a las cuestiones más
trascendentales de la existencia, partiendo de la esencial ¿quién
soy?, convirtiéndose en heroína y esperanza.
Blade Runner, mucho más que un
clásico de ciencia ficción, ha sembrado en nuestra mente una
especie de añoranza por un futuro que nunca conoceremos. Cuando
finalice este 2019, ese futuro distópico y atrayente (especialmente
para los ochenteros) se habrá convertido en pasado. El destino quiso
que Rutger Hauer abandonase este mundo en compañía de Roy Batty.
Nosotros, soñadores
empedernidos, solo podemos llegar a intuir el largo caminio y los
peligros que tuvo que enfrentar Roy Batty, hasta el mágico momento
en que pronuncia (con ayuda del no menos legendario Constantino
Romero) su inmortal monólogo; lágrimas en la lluvia.
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