domingo, 7 de junio de 2020

NADIE CREE EN EL PROFESORADO.




Nací en 1977. Mis padres en 1945. Mi padre cursó FP y de ahí a los Astilleros Españoles. Mi madre llegó hasta el bachillerato elemental (lo que le permitían las posibilidades familiares) y aunque tuvo varios trabajos, la mayor parte de su vida fue una ama de casa de la época. Gente humilde de barrio obrero. Para mis padres existía una cosa por encima de todo lo demás, los estudios de sus hijos. Todo el esfuerzo de la familia iba encaminado a la formación académica (los libros y todo el material escolar era costeado por ellos).
En clase, ante un examen de matemáticas o de biología, el hijo del trabajador de astilleros, de la mina o del campo, se encontraba en igualdad de condiciones con el hijo del médico, del abogado o del ingeniero. Nuestra familia tenía claro que la mejor inversión de futuro era la formación de sus hijos. La única forma de mejorar social y económicamente, además del crecimiento personal y el enriquecimiento científico y cultural.

Hoy todo eso se ha olvidado. Muchas familias no dan importancia a la formación académica de sus hijos. En el mejor de los casos lo ven como otro tedioso trámite en una sociedad exasperantemente burocratizada. Al terminar cada trimestre mi madre sabía que tenía que llegar a casa con el boletín de notas en las manos. Y pobre de mí si suspendía alguna. En la actualidad algunas familias ni siquiera saben en que curso está matriculado su hijo. En cambio otras, las más responsables y concienciadas regalan a su angelito un iphone de última generación por haber suspendido únicamente cuatro asignaturas. Que sí, que quizás algunas leyes educativas no ayuden, pero el que quiere, puede. El que desea terminar sus estudios bien formado, lo consigue. Al que le interesa aprender, tiene a su alcance gran cantidad de medios para hacerlo. Siempre se ha dicho, que el cambio comienza por uno mismo.

También están los gurús de la educación (teleprofesores, expertos en alguna rama de la pedagogía, maestros que van de estrellas y no han pisado un colegio en su vida), que en la mayoría de los casos nunca han entrado en un aula (y si lo han hecho ha sido de forma esporádica), ni tienen contacto regular ni con niños, ni con adolescentes, que lejos de ayudar al docente, emponzoñan su labor con cientos de ideas tan utópicas, como inútiles, y se dedican a desprestigiar la labor docente (con la connivencia de unos medios de comunicación ávidos de carnaza que ofrecer a su adocenada audiencia).

La sociedad ha dejado de creer en el sistema educativo (que pese a quien pese, funciona) y en una de sus principales engranajes, los profesores (o tal vez debería escribir les profesores). Mis padres, y los padres de la mayoría de mis compañeros de generación, sabían que maestros y profesores, personas con una importante formación científica y académica, tenían mucho que ofrecer y enseñarnos. En 2020, cualquier alumno puede pensar que sabe más de historia que su profesor, e incluso hay madres desquiciadas que consideran que son capaces de llevar una clase mejor que un docente con dos décadas de experiencia a su espalda. El que no se ha encontrado con la situación, no sabe lo difícil que puede llegar a ser, convencer a una niña de 12 ó 13 años, que las pirámides de Egipto no la construyeron los extraterrestres. La sensación es que la sociedad ha dejado de creer en nosotros. Y lo que es más peligroso, en la ciencia.

El alumno en España recibe una formación científica en el aula, pero el alumnado (como el resto de la sociedad) adormecido por videojuegos y seducido por los cantos de sirena de las redes sociales, considera más fiable cualquier meme o video de youtube, que las teorías y modelos científicos que se estudian en clase. Llevo años oyendo hablar de la pésima formación de un colectivo integrado por licenciados en las más variadas disciplinas del conocimiento: matemáticas, física, lingüística, filología, geología, educación física, bellas artes, historia, geografía, química, ingenieria, derecho . . . que día a día se sacan conejos de la chistera para hacer más atractiva, sencilla y dinámica la materia que imparten. El gran problema de este mundo (que más que construir, estamos deconstruyendo) y por extensión, del sistema educativo, es que el fanatismo y la ignorancia están ganando la partida al conocimiento científico.

Debemos recuperar aquella máxima socrática que decía el conocimiento os hará libres.


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