A pesar de la escasa
documentación existente, resulta evidente que el Egipto de la época
de Snofru era un país de una extraordinaria prosperidad. Al rey de
la edad de oro le sucedieron tres gigantes: Keops. Kefrén y
Mikerinos. Tres nombres mágicos de gran incidencia en la gloria del
Antiguo Egipto, tres personalidades vinculadas a uno de los más
bellos emplazamientos arqueológicos del mundo, la llanura de Gizeh
donde se alzan sus tres pirámides. Ésta es la única de las siete
maravillas del mundo que ha sobrevivido.
Keops sube al poder hacia el
2551. Mikerinos muere hacia el 2471. Durante esos ochenta años.
Egipto se mantiene hierático, sereno, y construye; tiene la fuerza
de sus piedras eternas; comulga, sumido en una fe real, con su
rey-dios, con esas pirámides, esa luz petrificada que se alza hacia
el cielo. La humanidad alcanza una cima que nunca volverá a
conseguir. Desde un principio hay que desechar el estúpido fantasma
de miles y miles de esclavos destrozados por el calor, con la espalda
marcada por los latigazos, subiendo piedra tras piedra al lugar de
las obras, dirigidas por sádicos contramaestres. Desgraciadamente,
muchos libros todavía ofrecen imágenes grotescas y lamentables.
Quien conozca las pirámides de la época en que vivieron sus
constructores, sabe que fueron construidas por maestros de obras de
talento, personas que tallaban la piedra, especialistas en su
levantamiento y en geometría, cuya capacidad es, quizá,
inigualable. Construir una pirámide no era cosa de esclavos o de
oprimidos. La perfección de la obra realizada excluye todo trabajo
servil o mecánico. No olvidemos que el buen rey Snofru, que había
hecho construir tres pirámides, nunca fue considerado un tirano. Sin
embargo, sus dos pirámides de Dahshur alcanzan un volumen de más de
tres millones de metros cúbicos, es decir, más que el de la gran
pirámide atribuida a Keops. Conocemos a la perfección la vida
cotidiana de los hombres que trabajaban durante los reinados de
Keops. Kefrén y Mikerinos: las escenas de las mastabas, las tumbas
de los ilustres, no muestran un pueblo de esclavos sino gente
laboriosa y feliz de vivir. En lo que se refiere a los equipos de
artesanos propiamente dichos, se cree que su organización estaba
calcada de la de la tripulación de los barcos. Reinaba en ellos una
estricta jerarquía, indispensable para el buen funcionamiento de la
obra. Como sucedía en la época de las catedrales, existía una
frontera clara entre el reducido número de especialistas y la masa
de obreros. La llanura de Gizeh, donde se alzan las tres pirámides
egipcias más grandes, era un lugar sagrado que se llamaba «el
alto». Esos admirables monumentos forman, junto con la Esfinge, un
conjunto indisociable.
Christian Jacq
El Egipto de los grandes
faraones.
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