sábado, 27 de junio de 2020

LA ESCULTURA DE KEFRÉN.




El mineral es como el faraón, eterno. Los soberanos egipcios no pudieron encontrar un soporte mejor para alcanzar la inmortalidad. Artesanos y escultores expertos hicieron el resto, de manera que cinco milenios después de su muerte, aún podemos mirar a la cara a los reyes del Nilo.


Una de las esculturas más famosas de las que se conservan en el Museo Egipcio de El Cairo es la del faraón Kefrén. Fue descubierta en 1860 por Auguste Mariette en el templo que está situado a los pies de la Gran Esfinge, entre diversos fragmentos de estatuas arrojados en un foso. El material es diorita procedente de una cantera nubia próxima a Abu Simbel.

El arte le ha consagrado creaciones de insuperable grandeza y en el mundo no existe retrato de rey alguno que pueda compararse en majestuosa simplicidad a la imagen tallada en diorita, del rey Kefrén en su trono, existente en el museo de El Cairo.
Pirámides, esfinges y faraones.
Kurt Lange.


La estatua, que mide 1,68 metros, muestra la efigie de Kefrén como dios en la tierra, un faraón entronizado con todos sus atributos, fuerte y poderoso en su máximo esplendor. Postura hierática, mirada distante, como perdida en un más allá próximo, rasgos del rostro muy juveniles e idealizados. Luce el nemes, la barba postiza y el halcón Horus posado sobre su cabeza extiende las alas protectoras sobre el soberano. En los brazos del trono se intuyen unos felinos, probablemente leones, o quizás sean esfinges, de cualquier modo su función protectora y su vinculación con el concepto de realeza parecen fuera de toda duda.



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