África es complicada. Los temas más acuciantes del continente son, en efecto, de cariz político, económico y médico. El paisaje mismo a menudo es un campo de batalla, no sólo entre ejércitos sino entre puntos de vista opuestos sobre explotación, conservación y gestión de recursos. África está llena de problemas que requieren análisis cuidadosos, debates serenos, decisiones difíciles, compromiso y planificación, todo lo cual exige diplomacia y sociología. Pero más allá de las complejidades, un hecho destaca en este nuevo milenio: África es una reserva extraordinaria de fauna. El lugar más fabuloso para los animales de gran tamaño.
Este hecho, que parece tan simple, es complicado de por sí. Para empezar, el inventario de especies es de una diversidad apabullante: tres grandes felinos (león, leopardo y guepardo), siete pequeños felinos (como el caracal y el serval), dos especies de elefante (de sabana y de selva), dos rinocerontes (negro y blanco), dos hipopótamos (normal y enano), dos jirafas ( la corriente y el okapi), tres especies de grandes simios no humanos (gorila, chimpancé y bonobo), tres cebras, nueve especies de gacela, diecinueve de duiqueros, decenas de monos, cinco especies de babuinos, un sinfín de jinetas y civetas, seis especies de cerdos, cuatro pangolines, tres reduncas, varios antílopes equinos, varios antílopes enanos, nueve especies de bóvidos con cuernos espirales (entre ellas el bongo, el sitatunga, y el eland), dos especies de ñúes, un cerdo hormiguero, un lobo de tierra, el dril y el mandril, el antílope cabrío, el damalisco sudafricano, el oryx de El Cabo, el búfalo africano, el íbice de Nubia, tres hienas, tres chacales, el lobo de Semien, el licaon y otros muchos mamíferos, por no hablar del avestruz, tres especies de cocodrilos, la pitón de seba, tiburones y numerosos peces grandes en aguas litorales, así como animales terrestres de menor tamaño de todas las clases imaginables. Un conjunto espectacular, tanto en variedad como en abundancia, sin rival en ninguna otra parte del mundo contemporáneo. Pero para apreciar plenamente lo que hay en África, es preciso considerar lo que no hay en otros lugares, y por qué.
Esa es la labor de los paleontólogos que estudian la flora y la fauna del pasado. Sus datos proceden del registro fósil, y su vasto calendario de la historia de la Tierra está jalonado de episodios de extinciones masivas, cada uno de los cuales representa la pérdida abrupta de parte de la diversidad biológica y marca el límite entre dos unidades temporales. Por ejemplo, al final del cretácico, hace 65 millones de años, no quedaban dinosaurios supervivientes, y precisamente la desaparición de los dinosaurios es uno de los factores que definen el final de ese período. Al final del permico, hace 245 millones de años, se produjo otra extinción masiva, catastrófica y repentina, que extermino alrededor del 95% de las especies animales existentes entonces. El pleistoceno, que finalizó hace 10.000 años, también es conocido por sus extinciones, especialmente de mamíferos grandes y aves enormes e incapaces de volar. Los mamuts y mastodontes se extinguieron junto con los perezosos gigantes, osos gigantes, castores gigantes, tigres de diente de sable, canguros gigantes e infinidad de animales enormes. Muchas de las extinciones del pleistoceno se produjeron hacia el final del periodo, sobre todo en América del Norte, América del Sur, Australia, Nueva Zelanda y Madagascar. ¿Cual fue su causa? Nadie lo sabe. Algún tipo de cambio nefasto, misterioso y aún debatido por los expertos, afectó a esos continentes e islas en particular. Probablemente la llegada de los humanos a esas tierras, armados, peligrosos y hambrientos, fue parte del problema.
África fue diferente, África sólo sufrió pérdidas modestas de fauna durante el pleistoceno (que comenzó hace alrededor de 1,8 millones de años) y ningún episodio extendido o grave de extinciones simultáneas al final del período.
La mayoría de los grandes mamíferos africanos de hace 20.000 años han sobrevivido y son los grandes mamíferos africanos de hoy. Por este motivo se dice que el continente africano es el "pleistoceno viviente", porque nos recuerda una época, antes del auge de Homo sapiens, en que el planeta era realmente grande y salvaje.
Pero recordemos otra cosa: la supervivencia de la fauna africana no ha dependido de la ausencia de humanos. Por el contrario, se ha producido con la presencia constante del hombre. La nuestra es una especie africana, al menos por origen. Aparecimos en ese continente y allí adquirimos nuestro aspecto actual, el tamaño de nuestro cerebro, nuestros instintos sociales y nuestro sentido de la identidad durante milenios viviendo como miembros de los violentos ecosistemas africanos. Los animales se adaptaron a nuestra presencia, a la lenta pero radical mejora de nuestras capacidades, del mismo modo que nosotros nos adaptamos a vivir con ellos. Una de las lecciones aprendida por los pueblos africanos en el camino a la civilización, y evidentemente no exportable cuando los humanos se dispersaron hacia otras tierras, fue la posibilidad y la equidad de convivir con otras especies, aunque algunas fueran tan amenazadoras como la nuestra.
Fue una virtud derivada de la necesidad. Hoy esa necesidad ha desaparecido. Matar animales, exterminar especies y destruir sus hábitats es fácil con nuestras herramientas actuales. Proteger los últimos grandes animales en sus entornos, pese a las necesidades humanas y las presiones, es más difícil. Pero he ahí una idea esperanzada, descabellada y salvaje; quizás el Africa moderna sea el lugar donde podamos redescubrir como hacerlo.
David Quammen. National Geographic, Septiembre 2005.
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