Apenas 20
kilómetros de marcha para abandonar las míticas cumbres pirenaicas
e internarse en un precioso valle, con la capital del reino,
Pamplona, en el horizonte próximo. Descendemos desde los mil metros
de altitud de Roncesvalles, a los apenas quinientos de Zubiri, aunque
por el trazado sinuoso del camino uno no sabe si está bajando o por
el contrario, sigue subiendo.
Frío y
niebla a primera hora de la mañana. El Sol aún no se ha dejado ver.
Nos levantamos, tomamos un rápido desayuno, preparamos los bártulos,
nos ponemos las botas y echamos a caminar (andar si se prefiere). La
bruma matinal lo envuelve todo, típico tiempo atmosférico que uno
espera encontrar en la montaña.
Una etapa
preciosa, sin aslfalto, siempre rodeado de bosques, salpicada por
mitos y leyendas, brujas y akelarres, y Basajaun. Atravesamos pastos
frescos alpinos, robledales, hayedos y pinares (o sea, bosques
mixtos), caseríos y pueblos marcados tradición vasco-navarra. Una
típica etapa xacobea de media montaña por senderos pedregosos y
continuos toboganes (si bien, no sabemos si ascendemos, o
descendemos). Y a pesar de comenzar renqueante por el sobreesfuerzo
de ayer, las piernas han respondido muy bien. Lo peor ha sido el
descenso, prolongado, complicado y pedregoso, por momentos parece no
tener fin. Uno de los senderos más bonitos que he tenido la fortuna
de recorrer.
Un precioso
robledal, el bosque de las brujas nos lleva hasta Burguete, del que
salimos para penetrar en otro bosquecillo, con riachuelos y pequeños
puentecillos. Después un pronunciado repecho para, inmediatamente
descender hasta Espinal. Lo más duro viene a continuación, el alto
de Erro y la pedregoso bajada hasta Zubiri. Pamplona, la capital,
queda en el horizonte.
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