a.
Midas, hijo de la Gran Diosa del Ida y de un sátiro cuyo nombre no
se recuerda, era un rey amante de los placeres de Bromio, en la
Macedonia, donde gobernaba a los brigios (llamados también mosquios)
y tenía sus célebres jardines de rosas. En su infancia se observó
una procesión de hormigas que transportaban granos de trigo por el
costado de su cuna y los ponían entre sus labios mientras dormía,
prodigio que los adivinos interpretaron como un presagio de la gran
riqueza que acumularía; y cuando creció le instruyó Orfeo.
b.
Un día, el libertino y viejo sátiro Sueno, que había sido pedagogo
de Dioniso, se extravió del cuerpo principal del bullicioso ejército
de Dioniso cuando éste pasaba de Tracia a Beocia y lo encontraron
durmiendo su borrachera en los jardines de rosas. Los jardineros lo
ataron con guirnaldas de flores y lo llevaron ante Midas, a quien
hizo un relato maravilloso de un continente inmenso situado más allá
del océano —completamente separado de la masa conjunta de Europa,
Asia y África— y en el que abundaban las ciudades magníficas,
pobladas por habitantes gigantes, felices y de larga vida y que
gozaban de un notable sistema legal. Una gran expedición —de por
lo menos diez millones de personas— se puso en otro tiempo en
camino desde allí a través del océano para hacer una visita a los
Hiperbóreos; pero al ver que el suyo era el mejor país que podía
ofrecer el viejo mundo, se retiraron, asqueados. Entre otras
maravillas. Sueno mencionó un remolino espantoso más allá del cual
no puede pasar ningún viajero. Dos arroyos corren por las cercanías
y los árboles que se alzan en las orillas del primero dan el fruto
que hace llorar, gemir y desfallecer a quienes lo comen. Pero el
fruto que dan los árboles que se alzan junto al otro arroyo renuevan
la juventud incluso de los muy ancianos; en realidad, después de
pasar hacia atrás por la edad madura, la juventud y la adolescencia,
vuelven a ser niños y luego infantes, ¡y por fin desaparecen!
Midas, encantado con las fábulas de Sueno, le agasajó durante cinco
días y sus noches y luego ordenó que un guía le acompañara hasta
la residencia de Dioniso.
c.
Dioniso, que había estado preocupado por la suerte de Sueno, mandó
que preguntaran a Midas cómo deseaba que se le recompensase. Midas
contestó sin vacilar: «Te ruego me concedas que todo lo que toque
se convierta en oro.» Pero no sólo las piedras, las flores y los
muebles de su casa se convertían en oro, sino también, cuando se
sentaba a la mesa, los alimentos que comía y el agua que bebía.
Midas no tardó en suplicar que le eximiesen de su deseo porque se
moría de hambre y de sed; Dioniso, muy divertido, le dijo que
visitara la fuente del río Pactólo, cerca del monte Tmolo, y se
lavase en ella. Midas obedeció e inmediatamente quedó libre del
tacto de oro, pero las arenas del Pactólo siguen siendo doradas y
brillantes aún en nuestros días.
d.
Midas entró así en Asia con su séquito de brigios y le adoptó el
rey frigio Gordias quien no tenía hijos. Cuando sólo era un
campesino pobre, Gordias se sorprendió un día al ver a un águila
real posarse en la vara de su carro de bueyes. Como parecía
dispuesta a permanecer allí todo el día, condujo la yunta hacia
Telmiso, en Frigia, ahora parte de Galacia, donde había un oráculo,
digno de confianza, pero en la puerta de la ciudad se encontró con
una joven profetisa que, cuando vio al águila todavía posada en la
vara, insistió en que él ofreciera inmediatamente sacrificios a
Zeus Rey.
—Déjame
que vaya contigo, campesino —dijo ella— para estar segura de que
eliges las víctimas apropiadas.
—No
faltaba más —contestó Gordias—. Pareces ser una joven juiciosa
y considerada. ¿Estás dispuesta a casarte conmigo?
—Tan
pronto como hayas ofrecido los sacrificios —replicó ella.
e.
Entretanto, el rey de Frigia había muerto repentinamente, sin
sucesión, y un oráculo anunció: «Frigios, vuestro nuevo rey se
acerca con su novia, sentado en un carro de bueyes.» Cuando el carro
entró en la plaza del mercado de Telmisa, el águila llamó
inmediatamente la atención popular y Gordias fue aclamado
unánimemente rey. En agradecimiento, dedicó el carro a Zeus,
juntamente con su yugo, que había atado a la vara de una manera
peculiar. Un oráculo declaró que quien descubriera cómo se podía
desatar el nudo se convertiría en el señor de toda Asia. En
consecuencia, el yugo y la vara fueron depositados en la acrópolis
de Gordión, ciudad que había fundado Gordias, donde los sacerdotes
de Zeus los guardaron celosamente durante siglos hasta que Alejandro
de Macedonia cortó petulantemente el nudo con su espada.
f.
Cuando murió Gordias, le sucedió en el trono Midas, quien promovió
el culto de Dioniso y fundó la ciudad de Ancira. Los brigios que
habían venido con él se llamaron en adelante frigios y los reyes de
Frigia se han llamado alternativamente Midas y Gordias hasta el
presente; por lo que al primer Midas se le ha llamado
equivocadamente hijo de Gordias.
g.
Midas asistió al famoso certamen musical entre Apolo y Marsias,
arbitrado por el dios fluvial Tmolo. Tmolo concedió el premio a
Apolo, quien, al ver que Midas discrepaba del veredicto, lo castigó
con un par de orejas de asno. Durante largo tiempo Midas se las
arregló para ocultar esas orejas bajo un gorro frigio, pero a su
barbero, que se enteró de la deformidad, le fue imposible mantener
el secreto vergonzoso, como le había ordenado Midas bajo pena de
muerte. En consecuencia, cavó un hoyo en la orilla del río y,
asegurándose antes de que no había nadie en los alrededores,
murmuró: «¡El rey Midas tiene orejas de asno!». Luego llenó el
hoyo y se alejó, en paz consigo mismo, hasta que brotó de la orilla
una caña que susurraba el secreto a todos los que pasaban. Cuando
Midas se enteró de que su desgracia era de conocimiento público,
condenó a muerte al barbero, bebió sangre de toro y pereció
miserablemente.
Robert Graves.
Los mitos griegos.
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