“Y
luego, cuando comenzamos a caminar por Navarra fue avisado que las
mujeres en aquella tierra eran grandes hechiceras encantadoras, y que
tenían pacto y comunicación con el demonio para el efecto de su
arte y encantamiento. Y así me avisaban que me guardase y viviese
recatado, porque eran poderosas en pervertir a los hombres y aún en
convertirlos en bestias y piedras si quería. Y aunque en la verdad
en alguna manera me escandalizase, holgué en ser avisado, por que la
mocedad, como es regocijada, recibe pasatiempo con semejantes cosas;
también porque yo de mi cosecha fuera aficionado a semejantes
acontecimientos. Por tanto, iba deseoso de encontrarme con alguna que
me encantase ...”
Cristobal
de Villalón.
“El
Crótalon de Cristóforo Gnofoso”.
Zugarramurdi,
Burguete y otros enclaves navarros han quedado grabados en el
imaginario popular como enclaves brujeriles. Los puñeteros
cristianos no pudieron acabar con el culto a la Madre Tierra, la Gran
Madre, la Mari Vasca y arrojaron a muchas mujeres (y también unos
pocos hombres) al fuego. Y esto sucedió en el brillante Renacimiento
y no en la oscura Edad Media.
Caseríos,
aldeas y pueblos navarros, básicamente el entorno rural y montaraz,
sufrieron durante las primeras centurias de la Edad Moderna una
caza de brujas en toda regla, perpetrada por la Inquisición española
(o castellano-aragonesa si se quiere) Aunque el caso más famoso (por
el cine, la literatura y los programas televisivos sobres misterios)
fue el de Zugarramurdi, desgraciadamente no fue el único.
A decir
verdad, la Inquisición española anduvo siempre más preocupada de
cazar herejes y desenmascarar conversos que en mandar a mujeres a la
hoguera. No obstante, en un momento preciso del siglo XVI dirigió su
mirada hacia un rincón concreto de la piel de toro, agazapado junto
al Pirineo, cubierto de húmedos bosques y poblado de tradicionales
caseríos, y allí encontró, aquello que había ido a buscar.
Curiosamente el último territorio peninsular en ser incorporado a la
corona que los Trastámara forjaron para los Habsburgo. Navarra, un
reino que Fernando el Católico, antes de pasar a mejor vida, se
empeñó en anexionar. En todo este asunto resulta complicado
abstraerse del contexto político de la época y no intuir una
maniobra más de anexión y asimilación de un territorio, una gente
y una sociedad, utilizando el miedo y el terror.
La palabra
“sorgiña”, que significa bruja en euskera, no aparece en la
documentación fiscal de los tribunales navarros de justicia civil
hasta bien entrado el siglo XV. En esa misma centuria, año 1480,
encontramos en Navarra la publicación “De Superstitionibus”, su
autor, Martín de Andosilla, se refiere a las supuestas brujas que
habitan en la región vascona de los Pirineos. Este libro fue
redactado siete años antes que el manual por excelencia utilizado
por los cazadores de brujas; el Malleus Maleficarum. Poco a poco, se
va abonando el terreno para la persecución brujeril que estaba a
punto de desencadenarse.
Informes
judiciales, documentos civiles, actas de la inquisición, testimonios
y narraciones, hacen posible rastrear, cuatro siglos después, las
huellas de las brujas, demonios, aquelarres, exorcismos, y como no,
de los inquisidores. Aunque la primera noticia sobre una redada
brujeril en la comarca pirenaica data de 1329, es a comienzos de la
Edad Moderna, cuando este fenómeno se desarrolla con toda su
crudeza. A partir de la documentación existente, sabemos que entre
los siglos XVI y XVII se sucedieron en Navarra cuatro procesos
brujeriles:
* El primero en 1525, centrado en los valles del Roncal y Salazar, con quema de brujas en la localidad de Buguete.
* Una segunda oleada, también en los citados valles, concluyó con un autor de fe celebrado en la capital Pamplona en 1540.
* El tercero de estos procesos tuvo lugar entre los años 1575 y 1577, y dos personas fueron ejecutadas en el prado de la Taconera situado en Pamplona.
* La última fase de la persecución es la famosa caza de brujas de Zugarramurdi, acaecida entre 1609 y 1612, con el auto de fe celebrado en Logroño.
Después de
esta última oleada la fiebre brujeril se fue apagando, marcando, en
cierta manera, el final de la brujería en Navarra.
Nunca sucede
algo porque sí. Nunca ocurre nada sin motivo. Detrás de cada acción
subyace uno, o varios motivos. Los inquisidores perseguían
(fundamentalmente) dos objetivos, uno religioso y otro social; acabar
con ciertas prácticas paganas y dominar, a través del miedo,
demostrar a las sencillas gentes del pueblo quien manda. A través
del miedo y la represión socavar, de paso, la autoestima de las
mujeres. En el caso que estamos analizando, la quema de brujas fue
una forma de someter al pueblo navarro recién incorporado a la
corona española.
En la
actualidad el gobierno de Navarra ha diseñado cuatro itinerarios
(tan interesantes como lucrativos) que recorren escenarios históricos
de este fenómeno. Transitando por ellos es posible descubrir su
historia, sus ritos y creencias, y revivir su existencia misma.
La iglesia
cristiana (la católica y las protestantes) transformó (a su antojo)
en brujas a las practicantes (en su mayoría eran mujeres) de la
magia natural y el culto a la Gran Madre (que en su día describió
Marija Gimbutas). Aunque a veces (demasiadas) eran los propios
convecinos los ejecutores. Siempre ha sido muy fácil culpar a otro
de los problemas que nos afectan. No llueve, la gallina no pone
huevos, la vaca no pare terneritos, mi esposa me engaña con otro
hombre. Sin duda, la culpa es de una bruja. Actualmente la palabra
bruja sigue utilizándose como un insulto para la mujer.
La historia
de la brujería es la historia de su persecución, puesto que no hubo
brujos ni embrujados hasta que comenzó a hablar y a escribir sobre
ellos. La autosugestión y la psicosis colectiva alimentaban
testimonios y acusaciones en los procesos judiciales. Si añadimos
las supersticiones, las tradiciones, el rigorismo religioso y los
conflictos políticos obtenemos un ambiente ideal en el que
desencadenar la caza de brujas. Y en aquellos siglos si hubo un lugar
en que la credulidad dio pie a vivir bajo el temor constante a
fuerzas sobrenaturales, ese era el mundo rural y fronterizo del
antiguo Reino de Navarra. En ese sentido, el inquisidor Salazar Frías
sentenció en el año 1613 que “no hubo brujas ni embrujados hasta
que se habló y se escribió de ello”.
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