El gran impulso de la
arquitectura y de la escultura se produjo en Madrid durante el
reinado de Carlos III, quién motivado por los ideales ilustrados,
encargó grandes construcciones dedicadas a la ciencia, al ocio y a
la ornamentación. En todas ellas se impusieron las normas de la
academia de Bellas Artes.
Madrid, capital del reino, se
convirtió en una ciudad neoclásica e ilustrada, gracias a la
construcción de fuentes, parques y monumentos (que el tiempo
convirtió en emblemáticos y simbólicos); la Puerta de Alcalá de
Sabatini, el Museo del Prado, el Jardín Botánico, la fuente de
Apolo y la famosa fuente de Cibeles.
Edificios:
En los nuevos edificios se
aplican fórmulas que se alejan del movimiento y la ornamentación
características del Barroco. Se simplifican las formas para
transmitir idea de equilibrio y elegancia. Se diseñan grandiosos
edificios para impresionar y sobrecoger al espectador. Se utilizan
elementos decorativos de origen clásico; frontones, entablamentos,
decorados, columnas clásicas y grandes escalinatas.
Estatuas y monumentos:
El gran desarrollo de la
imaginería barroca dificultó la introducción de las nuevas
directrices en la escultura, no obstante, el academicismo logró
imponerse.
Los escultores buscaban las
expresiones serenas en los rostros como los movimientos suaves de la
Antigüedad Clásica. Mármol y bronce, considerados los materiales
nobles durante la Antigüedad, se impusieron a la madera policromada
del Barroco.
El primer arquitecto español que
adoptó el estilo neoclásico fue Ventura Rodríguez, sobre todo en
sus últimas obras, ya claramente neoclásicas, como, por ejemplo, la
fachada de la Catedral de Pamplona.
Fue precisamente la llegada del
rey Carlos III a la capital, la que dio el impulso necesario para la
definición de la arquitectura neoclásica española. Encargó a
Francesco Sabatini obras representativas urbanas como la Puerta de
Alcalá, una de las entradas monumentales de Madrid que el arquitecto
solucionó a la manera de un arco triunfal romano de cinco vanos,
tres en arco y dos menores adintelados.
El arquitecto más representativo
fue Juan de Villanueva. Formado en la Academia de Bellas Artes, pasó
varios años en Italia. Su obra culminante fue el Museo Nacional del
Prado de Madrid, construido para albergar el Gabinete de Historia
Natural. En el centro de la fachada, muy alargada y horizontal,
aparece la entrada resaltada por un potente pórtico con columnas y
coronado por un gran ático. A los lados corren dos galerías: la
inferior, sobre pilares y arcos, y la superior sobre columnas
jónicas.
El Madrid de la segunda mitad
del siglo XVIII fue algo más que una ciudad física. Fue el ámbito
material de un sueño: el sueño de Carlos III por convertir la
capital del Imperio español en un permamente recordatorio de la
autoridad real. Carlos IV no paralizó este ambicioso proyecto, y
siguiendo el ejemplo de su padre, adoptó el estilo neoclásico como
gran emblema de la renovación.
Dos arquitectos dieron a
Madrid el soplo racionalista que el viajero de hoy aún puede
observar en los alrededores del Prado. Sabatini, a quien debe Madrid
su Puerta de Alcalá, el edificio de la Aduana – hoy Ministerio de
Haciendo – o la última remodelación de San Francisco el Grande. Y
Juan de Villanueva, el más importante de los arquitectos españoles
de fin de siglo, responsable del Museo del Prado, concebido al
declinar el siglo para museo de historia natural, del hermoso Jardín
Botánico y del observatorio astronómico que Carlos III ordenó
edificar por sugerencia del científico y marino Jorge Juan.
Fernando García de Cortázar.
Breve Historia de la Cultura en España.
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