El papa Martín I, nacido en la
pequeña localidad de Todi, se enfrentó abiertamente al emperador
bizantino Constante II, y a punto estuvo de excomulgarlo. Roma y
Constantinopla se alejaban definitiva e irremediablemente. El
emperador ordenó el asesinato del pontífice, pero el sicario
encargado de apuñalar al Santa Padre, mientras oficiaba misa en el
altas de Santa María la Mayor, quedó ciego en el instante (justo y
preciso) de levantar el puñal. Más tarde el emperador volvió a la
carta y su hombre de confianza en Italia (el exarca de Rávena)
arrestó y encerró al Papa. Condenado a muerte, la pena fue
conmutada por el destierro en el Ponto. Y allí murió, sólo y
triste, contemplando el mismo mar que Ovidio.
Pequeños cuentos centroeuropeos
Hace 1 hora
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