Este maravilloso conjunto está vinculado a la ciudad ibérica de Ipolka, llamada Obulco por los conquistadores romanos, y fue recuperado entre 1975 y 1979 en Cerrillo Blanco. Muchos investigadores han tratado de desentrañar los misterios que esconden estas esculturas.
Se supone que estas esculturas fueron creadas en el siglo V a.C. para enaltecer la grandeza de un linaje aristocrático ibérico por diversos escultores del taller de Porcuna. Pero lo más enigmático es el proceso de destrucción que sufrieron. No aparecen fragmentadas por el paso del tiempo, sino que fueron destrozadas intencionadamente.
Existe el convencimiento de que la piedra fue extraída de la antigua cantera de Santiago de Calatrava, abandonadas en la actualidad. Esta suposición conlleva consigo otro problema, el transporte de la materia prima desde una distancia de casi 20 kilómetros.
A principios del siglo IV a.C. fueron destruidas y mutiladas por un clan rival, que posiblemente se había hecho con el poder, para borrar la memoria del linaje representado en el grupo escultórico. Luego los restos se enterraron en una antigua necrópolis de tradición tartésica, que comenzó nuevamente a ser utilizado como cementerio. Y aquí radica lo fascinante ¿qué significado pudo tener todo este ritual? Se procede a destruir una serie de esculturas y posteriormente se entierran en un lugar sagrado, quizás para vincularlas a un ilustre pasado y de gran prestigio como fue Tartessos. La arqueología nunca dejará de sorprender.
Otras hipótesis tratan de explicar la destrucción deliberada de las esculturas, como el resultado de una agresión externa, como fue la Segunda Guerra Púnica, o a conflictos socioeconómicos que surgieron en el seno mismo de la sociedad ibérica del lugar.
La exposición en el Museo de Jaén lleva por nombre "Historia de un linaje mítico", y es una visita obligada para cualquier amante de la arqueología, la historia antigua y los misterios. Sin duda la muestra más espectacular y completa de escultura ibérica.
Como resultado de la compra, la recogida y sucesivas campañas de excavación se lograron reunir en el museo unos 1.500 fragmentos que había que estudiar e intentar ensamblar. El resultado es más que satisfactorio.
El conjunto forma un todo coherente, donde cada pieza tiene un significado propio, que añade un nuevo hito al valor en conjunto de toda la obra. Se ha vinculado a modelos heroicos típicos del Mediterráneo, mediante el cual un grupo dominante desea perpetuar su posición (algo que han hecho, y seguirán haciendo, todas las élites a lo largo de la historia).
En el lenguaje ibérico, los animales son metáforas del poder. El toro propiciador de fecundidad encarna la fuerza del guerrero.
El águila, con las alas desplegadas, domina el territorio con su vuelo, una metáfora del príncipe poderoso.
La esfinge, de claro influjo oriental se asocia a la realeza, al igual que el grifo, con función de protección.
Grifomaquia. El hombre lucha con el animal, fuerza irracional de la Naturaleza, aspira a convertirse en héroe. Obtiene la fuerza de éste al darle muerte. La escena se relaciona con el acervo mitológico de las culturas mediterráneas, en especial con Hércules.
Los antepasados míticos del clan son identificados con divinidades y sacerdotes.
Los guerreros representan a la élite aristocrática que resultan victoriosos. A los vencedores bien armados y pertrechados, se les oponen los vencidos, escasamente preparados. El jinete desmontado alancea al enemigo caído.
Un rostro misterioso, hasta cierto punto inquietante, que esconde un fascinante enigma. Las mismas estatuas parecen observarnos mientras paseamos por el museo contemplando estas apasionantes esculturas. Olvidados ritos de purificación y/o maldición, que sacrifican sin matar, y que envían a un abismo de inexistencia a las almas que latían en cada estatua.
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