Teodorico el Grande –
Thiudoric – rey de los ostrogodos, supo pescar en las aguas que
bajaban revueltas de las cenizas humeantes del Imperio Romano de
Occidente. Hijo de Teodomiro, Teodorico, que nació en la región de
Panonia pasó parte de su niñez y adolescencia como rehén en
Constantinopla, recibiendo una esmerada educación en la cultura
grecolatina, con el alano Aspar como profesor, y estrechando lazos
con personajes poderosos. Cuando volvió junto a los suyos combatió
con éxito a todos los vecinos molestos, gépidos, suevos, alamanes,
sármatas, y no tuvo demasiadas dificultades para convertirse en rey
de los ostrogodos.
Siempre presto a
socorrer al emperador Zenón, el ambicioso Teodorico se lanzó a
conquistar Italia que estaba en poder de Odoacro, al que aplastó con
su ejército y asesinó con sus propias manas después de invitarle
cordialmente a un banquete. Teodorico de proclamó Rey de Italia,
convirtió Rávena en el centro de su poder y procedió a
embellecerla, restauró las instituciones romanas y gobernó como un
César auténtico. Además se dedicó a proteger y mantener los
antiguos edificios romanos, siendo uno de los primeros personajes
históricos preocupados por conservar el patrimonio. Más tarde se
convirtió en regente del reino visigodo de Hispania en nombre de su
nieto Amalarico. En estos momentos controlaba un enorme territorio
que abarcaba las dos penínsulas (italiana e ibérica), la Galia
meridional y la región del Danubio.
Mermado por la vejez,
los últimos años de su reinado estuvieron marcados por la
desconfianza y la brutalidad con la que se empleo, ejecutando a
cualquier sospechoso de traición. En su lecho de muerte, carcomido
por los remordimientos, designó sucesor a otro nieto, Atalarico.
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