Alboino fue rey de los
lombardos que protagonizaron una segunda de oleada de invasiones
germanas, y que supieron sacar provecho del caos ocasionado por la
ruptura de las fronteras y los desequilibrios de poder provocados por
los grandes movimientos migratorios del siglo V.
Después de poner su
espada al servicio de Bizancio, Alboino se alió con los ávaros para
destrozar a los gépidos. Tras derrotarlos (y prácticamente
aniquilarlos) Alboino en persona asesinó a su rey, Cunimundo, y se
llevó a su hija Rosamunda como preciado botín de guerra.
En el año 568 partió
de sus territorios del lago Balatón en la llanura Panonia, y al
frente de un variopinto ejército que contaba nada más y nada menos
que con treinta y cinco cabecillas, y que estaba compuesto por
mercenarios de diferente procedencia – ávaros, sármatas,
búlgaros, gépidos, suevos, panonios y sajones – cruzó la
cordillera de los Alpes y cayó por sorpresa sobre Italia. Conquistó
rápidamente el Norte y desde ahí inició la conquista del próspero
valle del Po. En poco tiempo se convirtió en dueño y señor de
media Italia.
Y en ese momento, cuando
se encontraba en la cima de su poder, fue asesinado mientras dormía
la siesta a instigación de Rosamunda, que de esta manera se tomaba
justa venganza.
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