Una pequeña ciudad de
provincia, perdida en el maremágnun de ciudades francesas, Nancy fue
hogar de duques y capital histórica de Lorena, en eterna rivalidad
con el obispado de la cercana Metz. Su centro presenta una simbiosis
arquitectónica tendente al lujo ornamental que recuerda pasados
tiempos de grandeza. Su conjunto arquitectónico del siglo XVIII
forma parte, por méritos propios, del Patrimonio de la Humanidad
según UNESCO.
El duque Mateo I de
Lorena decidió en 1153 situar la capital del Ducado de Lorena en
Nancy, que ejerció como tal hasta la desaparición de este dominio
señorial en 1766 cuando fue anexionado por el Reino de Francia.
Ubicada en una zona
fronteriza, apetecida por propios y extraños, Nancy sufrió los
avatares de la historia, sirvió de bisagra e intermediaria entre el
Reino de Francia y el Sacro Imperio, y en 1475 fue sitiada y rendida
por Carlos el Temerario que proyectaba crear un gran estado borgoñón.
Pero dos años después, el duque René II consiguió reconquistarla.
El palacio ducal del
siglo XV, combina el gótico flamígero con el estilo renacentista de
inspiración italiana, y fue durante un par de siglos la residencia
habitual del duque de Lorena.
La place de Sain Epvre,
presidida por una fuente rematada con una estatua ecuestre de René
II era la plaza del mercado medieval y el lugar de reunión e
intercambios comerciales. Entre los siglos XII y XIII fue construida
esta plaza que pronto se convirtió en el espacio más dinámico de
la ciudad, gracias a su mercado, donde se podía sentir el bullicio
de una sociedad bajomedieval en plena efervescencia.
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