He cruzado varias veces
la geografía de la Península Ibérica, buscando verracos de piedra
esas esculturas zoomorfas características de la protohistoria, de la
Edad del Hierro en la Meseta occidental. A veces los he buscado a
conciencia rastreando mapas y catálogos. En otras ocasiones el
encuentro fue fortuito. El último lo encontré en al Museo Nacional
de Arte Romano de Mérida, aunque pertenece al fondo del Museo
Provincial de Cáceres.
Un verraco, posiblemente
un jabalí, con las patas delanteras ligeramente flexionadas en
actitud tensa, agresiva, con los jamones bien delimitados, y en cuya
cabeza podemos intuir perfectamente las orejas, en sendas cazoletas
en ambos perfiles. Esculpido en granito, muy bien tallado, presenta
una anotamomía bien marcada, mide 90 cm de altura, 70 cm en su base
y 30 cm de grosor. Fue hallado en el recinto Norte del Castro de
Villaviejas del Tamuja, en Botija, provincia de Cáceres. En el
castro en cuestión han aparecido más verracos que presentaban
diferentes características de forma y estilo.
La interpretación de la
función, o funciones, de estas esculturas ha sido, desde hace mucho
tiempo, uno de los debates más apasionantes de la arqueología
ibérica. En esta ocasión vamos a ceder la palabra a un experto,
Manuel Bendala.
"En el menguado
capítulo de las producciones artísticas de los pueblos que nos
ocupan, sobre todo el correspondiente a las llamadas artes mayores,
los verracos tienen un lugar de honor por muchas razones. Entre ellas
por su contundencia formal, la importancia que debieron tener habida
cuenta su número y el gran esfuerzo que su realización debía de
suponer, ya que en muchos casos son esculturas de gran tamaño y en
ocasiones gigantescas, que superan con mucho los dos metros de largo,
como es el caso de los famosos toros de Guisando. Ocurre además que
los verracos son para muchos españoles esculturas particularmente
entrañables; presentes siempre - en parques, jardines, plazas,
caminos -, han llegado a ser mucho más que productos del pasado o
piezas de museo: son una referencia frecuente en nuestra literatura y
se ha producido una identificación con ellas verdaderamente insólita
en el panorama de nuestras antigüedades, de modo que - como tuve de
ocasión de escribir en otro lugar - es posible que en la figura
solemne, sobria, rotunda del verraco, vean muchos una feliz expresión
del carácter castellano.
Conviene recordar que
por verracos se conocen genéricamente las esculturas de toros y
cerdos de los ambientes particularmente vettones, aparecidas en una
amplia región que integran aproximadamente lasa provincias de Ávila,
Toledo, Cáceres, Salamanca, Zamora, Segovia y algunas portuguesas
(Tras-os-Montes y Beira Alta). Aparecen los animales esculpidos con
su peana o plinto en un único bloque de piedra, por lo general
granito; se hallan de pie, rígidos y frontales, con las patas
fundidas en bloques delante y detrás, con un sobrio estatismo que
rompen algo las estatuas de cerdo, echados más o menos ligeramente
hacia atrás en postura de acometida. Se ha discutido si se trata de
estatuas totémicas, exvotos de sacrificios o quizá términos o
hitos camineros. Parece que tuvieran en realidad significados
múltiples, según el sitio y el tipo elegido en cada caso. Muchas
tienen significado funerario (bastantes portan epígrafes funerarios
en latín), y aparecen asociadas a tumbas, con un sentido sacro que
puede ir desde simbolizar la vida que se desea al muerto, a ejercer
sobre él un papel protector o, como suele decirse, apotropaico.
Hubieron de tener este
significado protector y sacro algunos hallados junto a las cercas
defensivas, como los mencionados de Las Cogotas. En estos días,
precisamente, se ha descubierto un verraco excepcional, tallado en la
misma roca junto a la puerta de San Vicente de la ciudad de Ávila,
flanqueando la entrada, en un nivel más bajo que el piso actual; se
apoya en la escultura la prolongación hacia afuera de una torre de
la muralla medieval que flanquea una puerta de entonces, situada en
el mismo punto que la antigua, y es posible que otro verraco
estuviera (o esté aún sepultado) al otro lado de la entrada. Se
supone que muchos verracos, situados en zonas de pastos y de
manantiales, tuvieran la función de señalar el control de los
recursos en el paisaje pastorial regentado desde los castros, siempre
con una dimensión simbólica, votiva o sacra y de protección o
señalamiento difícil de precisar. Lo mismo que ocurre con su
cronología, aunque cabe pensar, por los datos disponibles, en una
producción que puede remontarse a mediados del milenio y adentrarse
en época romana.
Son, en cualquier caso,
un símbolo perfecto de una sociedad eminentemente ganadera,
dedicación principal atribuirle al conjunto de la Hispania
indoeuropea y céltica".
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