Luis IV, miembro de la familia Wittelsbach, duque de Baviera y emperador del Sacro Imperio entre 1328 y 1347, su eneergía, fuerza y determinación le permitieron conservar el poder, pues le salieron enemigos y rivales hasta de debajo de las piedras.
Tras ser coronado tuvo que enfrentarse a Federico de Habsburgo que también anhelaba el titulo imperial, al que derrotó en batalla. Y durante toda su vida tuvo que sufrir la dura oposición de la Casa de Luxemburgo, que nunca lo reconoció como emperador, y que tuvo que esperar hasta su muerte para ver coronado a su candidato, Carlos IV.
Luis IV, como buen alemán, mantuvo una guerra abierta con tintes de cruzada, contra el Papado, siendo excomulgado por Juan XXII. Un papado que tampoco le reconoció nunca el título imperial. La corte de Luis en Baviera se convirtió en refugio y mesa de tertulia, para todos aquellos intelectuales críticos con la Curia romana, como Marsilio de Padua, Miguel de Cesena o Guillermo de Ockham.
Un par de siglos después de su muerte, y por encargo de Maximiliano I de Baviera, las manos de Hans Krumpper, esculpieron un maravilloso y espectacular cenotafio para Luis IV el Emperador que peleó contra todos, que se encuentra en la Catedral de Nuestra Señora en Munich.
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