Su tumba, labrada con
gusto exquisito junto a la de su esposa Leonor, preside la nave
principal de la Catedral de Pamplona, de la misma forma que una
solemne estatua suya nos da la bienvenida a la Plaza del Castillo, en
el corazón vivo de la capital navarra. Lo volví a encontrar en una
pequeña rotonda en Tafalla y en una plaza de Tudela. Precisamente en
la capital de la Ribera la comparsa Perrinche saca en cabalgata a un
gigante que representa a este rey. Carlos III, conocido como "el
Noble" es uno de los reyes más querido, recordado y homenajeado
de la Historia de Navarra, y es que cuando este monarca se sentó en
el trono, volvió la tranquilidad y la prosperidad al Reino, después
de unos aciagos y turbulentos años.
Carlos III, hijo de Carlos II el Malo, y Juana de Valois, hija del rey francés Jean le
Bon, fue coronado rey de Navarra en la Catedral de Pamplona en 1390,
en una ceremonia oficiada por el futuro Papa Luna (o antipapa según se
lea). En un contexto de relativa paz exterior, de crisis
económica y de creciente aristocratización de la sociedad, el nuevo
monarca desarrolló, sin grandes aspavientos, una política acorde a
las circunstancias del momento.
Siendo aún un infante,
su padre lo envió al frente de una embajada a la corte de Carlos V,
pero el rey francés lo apresó y el monarca navarro tuvo que ceder
los territorios ultrapirenaicos de Navarra. El joven Carlos comenzó
bien joven a aprender como funcionan los resortes del poder político
y que era más seguro, para su propia integridad, no meterse en
camisas de once varas.
En 1375 se casó con
Leonor de Trastámara, la hija de Enrique II, con lo que se ponía
fin a la disputa entre ambos reinos, consiguiendo además una valiosa
aliada, pues Castilla era el reino peninsular hegemónico del
momento. A la muerte de su padre, abandonó la corte castellana y se
aposentó en Navarra dispuesto a reinar. Y a reinar bien. En lugar de
enfrentarse en farragosos luchas dinásticas se dedicó por entero a
su propio reino, ese mismo, al que ninguno de sus antepasados
franceses (empezando por su propio padre) hicieron nunca mucho caso.
Diametralmente opuesto a
su padre (como nos gusta a todos los hijos) el desquiciado Carlos II,
empeñado (sin fundamento) en ser rey de Francia, gracias a su
talante conciliador y a sus escasas (o nulas) ambiciones
territoriales, consiguió el respeto de los monarcas coetáneos.
Intentó mantener relaciones con todos, Francia, Inglaterra, Aragón
y Castilla, y cuando las circunstancias así lo requerían también
mostró su apoyo al Papado de Avignon.
Al contrario que su
polémico padre, Carlos III mantuvo estrechas relaciones con
Castilla, a la que apoyó en la Guerra de Granada. Además su cuñado
Juan I, devolvió algunas de las plazas arrebatadas a su padre. El
abandono de los proyectos expansionistas de su predecesor, le
posibilitó el alejamiento de Francia y la revalorización de la Casa
de Evreux como dinastía reinante en Navarra, y materializó el
acercamiento (y la amistad) con Aragón a través de una activa
política matrimonial.
Reconoció la autoridad
del papa de Avignon Clemente VII y a su sucesor, el aragonés Pedro
Luna, al que prestó su apoyo hasta que el Concilio de Constanza puso
fin al Cisma de Occidente. A partir de este momento, y en consonancia
con el resto de reinos cristianos, reconoció al nuevo sumo
pontífice, Martín V. Otro hecho más que demuestra que Carlos III
sabía perfectamente nadar a favor de corriente.
Carlos y Leonor
tuvieron seis hijas y dos hijos, pero los varones murieron siendo
niños. Sin herederos en el horizonte, y siguiendo una política de
alianzas matrimoniales, Carlos casó a su hija mayor Juana con el
primogénito de los condes de Foix, pero al morir prematuramente, la
segunda hija Blanca, se convirtió en heredera. Viuda de su primer
marido, Martín de Sicilia, Blanca contrajo matrimonio con el infante
Juan, hijo de Fernando de Antequera y futuro rey Juan II de Aragón.
Según lo acordado en las capitulaciones matrimoniales el trono de
Navarra sería para Blanca y sus descendientes, pero eso, es otra
historia.
Carlos III, rey de la
diplomacia y garante de la paz, acometió serias reformas en la
administración del reino, creo la Corte o Tribunal Supremo y
construyó nuevos canales para garantizar el abastecimiento de las
ciudades y el riego de los campos. Otorgó una legislación unificada
para Pamplona (1423) el Privilegio de la Unión, en virtud de la
cual, los tres burgos (o barrios) que formaban la Pamplona medieval -
Navarrería, San Cernín y San Nicolás - y que poseían
legislaciones diferentes, quedaron unidos en una única ciudad con
una ley común para todos. Como parte de esta reforma administrativa
instituyó el título de "Príncipe de Viana" para
concedérselo al heredero del reino.
El noble rey destacó
además como promotor de las artes y de la cultura, acometiendo,
entre otras obras, la reconstrucción en estilo gótico de la
Catedral de Pamplona, y creó una orden de caballería de contenido
más honorífico que militar a la que llamó "Orden de
Caballería del Lebrel Blanco".
Carlos III instaló su
corte en la pequeña villa de Olite, reformando totalmente el antiguo
palacio donde habían residido los Teobaldo. Esta reforma convirtió
el Palacio de Olite en un ejemplo ideal de la arquitectura gótica,
una obra de ensueño dibujada por la mente más creativa. Si pensais
en un castillo de cuento, ese es el de Olite. Su esposa Leonor,
cuando se estableció en Navarra cayó en un profundo estado de
melancolía y decidió volver al hogar familiar junto a su hermano
Juan I, que no puso reparos en hacerse cargo de sus sobrinas. Leonor
no regresó a Olite hasta 1395.
Desde el año 1997, el
gobierno de Navarra entrega la Cruz de Carlos III, una condecoración
que resalta y reconoce públicamente los méritos de personas y
entidades que han contribuido al progreso de Navarra y a su
proyección exterior (La nobleza sigue más viva que nunca).
Considerado uno de los
monarcas más notables de la monarquía navarra, capaz de mantener
relaciones cordiales con sus vecinos, preocupado por la prosperidad
de un territorio, su largo reinado finalizó en 1425, cuando aquejado
de gota, falleció en Tafalla. Fue inhumado en la Catedral de
Pamplona, y como símbolo de su afortunado reinado nos queda su
sepulcro, una auténtica joya de la escultura funeraria gótica.
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