Las
eternas llanuras manchegas, que se vuelven etéreas minutos antes del
ocaso, con las últimas luces naturales del día, parecen querer
proteger algunas de las ciudades más misteriosas de Europa, como
Cuenca, o Toledo. El que llega a Toledo para ser instruido en los
arcanos, supera un primer viaje iniciático al atravesar las llanuras
de la Mancha. Después de estudiar en Toledo o en Cuenca, el paisaje
de la Meseta Sur habrá cambiado para sus ojos. La Mancha se va
transformando desde la primera vez que el viajero pisa su suelo y
contempla sus paisajes.
Toledo es la ciudad, y también el río que la abraza. Río que es vida, y sustenta a un considerable número de especies de aves, desde los elegantes garzas, hasta los inteligentes córvidos, pasando por anátidas, palomas y pequeños pajarillos. Es el Tajo ese río que rodea y protege Toledo, y ha visto nacer y crecer la ciudad, ha reído su alegría y llorado sus penas. Sus aguas subterráneas hacer crecer árboles y vegetación de ribera, y su cauce sirve de sustento a animales de varias clases. Por encima del río los hombres levantaron torres y murallas, y construyeron puentes y puertas. Chopos, sauces y cipreses beben sus aguas, y regalan su sombra. Un paseo silente varios metros por debajo del nivel de las empedradas calles que confluyen con parsimonia en Zocodover.

De
los carpetanos a los turistas internacionales del siglo XXI, Toledo
ha sido, es y será un centro mundial de historia, arte y cultura,
pero también de ocultismo, magia y esoterismo. Antes del nacimiento
del tiempo, Túbal era rey de Iberia, y Toledo un recóndito
promontorio rocoso. Un buen día llegó al lugar Hércules, y
descubriendo que aquel enclave estaba sujeto a la influencia de los
astros, comprendió que era el punto exacto donde crear un centro
iniciático, una escuela de magia. El mismo Hércules, también
conocido como Melkart, al que dedicaron un celebérrimo templo en los
alrededores de la Gadir fenicia, fue el primero de los guardianes de
la magia, custodios de los secretos de la ciudad.
El
poderoso semidios labró una cueva y la fue ampliando con nuevas
salas y estancias, y sobre ella construyó un palacio, utilizando
jade y mármol, cuyo aspecto era el de una torre cilíndrica de gran
altura. Pasó Hércules aquí muchos años enseñando artes mágicas
e iniciando a unos pocos escogidos en los secretos de los arcanos.
Caminar en solitario por las callejuelas nocturnas de Toledo nos
ponen en conexión con aquellos estudios del ocultismo. Las ciudades
de larga historia ocultan bajo los edificios actuales diferentes
niveles arqueológicos de ocupación. Bajo la Toledo actual los
arqueólogos han localizado termas romanas y baños árabes,
cementerios, conducciones de agua y casas de época califal, y otros
muchos secretos olvidados. Sin embargo nunca han podido hallar la
legendaria Cueva de Hércules. Ese es el motivo principal para no
dejar de buscarla.
En
tiempos históricos, o mejor dicho protohistóricos, la futura Toledo
era el oppidum más destacado de la tribu de los carpetanos,
vendría a ser algo así como su capital. Los carpetanos, aguerridos
habitantes de la Meseta, acostumbrados a pasarlas canutas con sus
inviernos extremos, plantaron cara a los invasores romanos. La
historia, en la pluma de Tito Livio, recuerda el nombre de uno de sus
reyes, Hilerno, que fue derrotado y capturado por los romanos,
después de una batalla en la que también intervinieron otros
pueblos vecinos como vettones, vacceos y celtíberos. De lo que
sucedió a Hilerno después de su captura, nada sabemos. Muchos
siglos depués, otro militar, Alvar Fañez “Minaya”, uno de los
capitanes del rey Alfonso VI y compañero de armas de Rodrigo Díaz
“el Cid Campeador”, defendió con éxito la ciudad, de un ataque
de los almorávides.
Llegado
el momento de abandonar la ciudad, aún le quedaban muchas aventuras
que correr y algunas de las Doce Pruebas pendientes, Hércules cerró
la torre con todos sus secretos, utilizando para ello numerosos
candados. Para preservar la inviolabilidad del recinto designó a
doce guardianes. La Humanidad no estaba preparada para acceder a
ciertos conocimientos. En este siglo XXI de irritación constante,
agresividad incontrolada y falta de respeto absolutamente por todo,
sigue sin estarlo.
No
obstante, los discípulos de Hércules, bien por decisión propia,
bien siguiendo las instrucciones de su mentor, continuaron con la
tarea de transmitir las enseñanzas herméticas. Cuenta Filóstrato,
que Apolonio de Tiana y su compañero asirio Damis, llegaron a la
cueva mágica después de un interesante periplo por la Bética. Aquí
perfeccionó su arte de los exsorcismos, el poder de la adivinación
o el de resucitar a los muertos. Algunas centurias antes de la
estancia de Apolonio, los carpetanos que aquí vivían, convivieron
con los magos que trabajando como hormigas construyeron una red de
galerías laberínticas en las entrañas de Toledo. Bajo tierra, en
la Cueva Primigenia, rendían culto, ofrecían sacrificios y
realizaban los oráculos de dioses de carácter infernal y ctónico.
Estos cultos, prácticamente desconocidos para la mayoría de los
habitantes de la superficie, se iban transmitiendo de generación en
generación, durante la dominación romana. La pujante religión
cristiana, y sus obispos, poco podían hacer para erradicarlos, más
allá de tímidos intentos para prohibirlos.
Los
godos, el pueblo errante que comenzó su singladura en una isla
situada en la lejana Suecia, convirtieron Toledo en la próspera
capital de su reino. Una vez asentados en la ciudad, sus monarcas
decidieron respetar la tradición antigua y las artes mágicas, y
cada uno de ellos fue añadiendo un nuevo candado a la puerta del
palacio de Hércules, que a pesar de las centurias transcurridas
desde su edificación, seguía resistiendo en pie, el paso del
tiempo. De aquel lugar misterioso y desconocido se contaban cosas
terribles, por eso no es de extrañar que los reyes visigodos,
temerosos de lo oculta, decidieran cerrar cada vez más sus puertas.
Los
obispos cristianos, sin embargo, andaban muy preocupados por la
influencia de los hechiceros y el clima de magia que se respiraba en
todos los rincones de la ciudad. Las autoridades eclesiásticas
prohíben las prácticas mágicas y la consulta a augures, a los
miembros de la iglesia. Además los monarcas visigodos, como
Chindasvinto o Recesvinto, también intentarán acabar con las artes
mágicas.
Cuando
el reino visigodo se aproximaba a su fin subió al trono Rodrigo, que
nunca supo solucionar la grave crisis que azotaba al país. Por eso
la historia le reserva un lugar junto con los más nefandos
gobernantes que han existido. Quizá fue el afán de riquezas, o el
deseo de encontrar un objeto extraordinariamente poderoso, o tal vez
la simple curiosidad, el caso es que Rodrigo decidió asalta el
Palacio de Hércules. En lugar de añadir un candado más, descerrajó
todos los existentes y se introdujo en el interior del recinto. El
rey y sus acompañantes quedaron deslumbrados con lo que vieron, pero
conforme iban avanzando por las distintas salas, una sensación de
desasosiego se fue apoderando de la comitiva. Al entrar en una
pequeña sala, todo ella decorada con tapices de terciopelo negro, y
figuras de caballeros desconocidos, hallaron un confre ricamente
ornamentado. Para abrir el cofre Rodrigo tuvo que romper una figurita
o sello que hacía las veces de candado, y en su interior halló un
delicado pergamino con una advertencia escrita: “Se se viola
esta cámara y se rompe el encantamiento contendio en esta arca, las
gentes pintadas en estas paredes invadirán España, derrocarán a
sus reyes y someterán a todo el país”. Cuentan
algunas leyendas que justo cuando los asaltantes abandonaron el
lugar, se desató una terrible tormenta que redujo el edificio a
ruinas. Otros cuentan que fue un ave gigantesca que lanzó una
poderosa llamarada convirtiendo el torre en un mar de brasas, el
Ragnarok, o la última escena de la ópera el Ocaso de los Dioses que
cierra la maravillosa tetralogía wagneriana. Milagrosamente el
habitáculo que había sido la sede de la antigua escuela fundada por
Hércules, quedó intacto. Los secretos que custodiaban se habían
salvado. Al menos, de momento.
Las
maldiciones y profecías conviene tomarlas en serio. No mucho tiempo
después de lo acontecido en la cueva, se produjo la invasión
bereber desde el Norte de África, y el propio rey Rodrigo murió
combatiendo al enemigo en la batalla de Guadalete (de la Janda o
donde quiera que fuese). El reino visigodo desaparecía, pero Toledo
y sus secretos, sobrevivían. A la ciudad aún le aguardaban momentos
de gran esplendor.

Uno
de los capitanes de la expedición, Tariq ibn Ziyad, continuó
avanzando hacia el Norte, llegando a Toledo. Cuentan las crónicas
que lo hallado en la Cueva de Hércules superaba cualquier cosa
imaginable. Ni todas las maravillas narradas en las Mil y una Noches
podrían igualar siquiera el contenido de la cueva. La lista de los
objetos es interminable: diademas engarzadas con perlas y rubíes,
gemas y piedras magníficas, vasijas de oro y plata de perfecta
factura, el libro de los salmos del rey David, un libro de alquimia
sobre el arte de fabricar talismanes, y otros volúmenes sobre las
propiedades de piedras y plantas, la confección de venenos y
tríacas, o sobre el arte de tallar rubíes, un elíxir capaz de
transformar la plata en oro o un gran espejo redondo fabricado por
Salomón, aquel que si miraba podía ver cualquier región del mundo.
Entre
aquel maremágnun de objetos mágicos y libros maravillosos, había
algo que superaba en magnificiencia a todo lo demás, la Mesa de
Salomón, confundida, y a veces identificada, con la Tabla Esmeralda
de Hermes Trismegisto. La Mesa de Salomón es la quintaesencia de
todos los conocimientos ocultos, todas las magias y todas las joyas
del universo.

Solo
hay un espejo capaz de mostrar el rostro de todas las generaciones,
desde Adán a los que oirán la trompeta, ese espejo es la Mesa de
Salomón. Este antiguo
arcano del saber prohibido se encontraba en Toledo porque fue traído
por los visigodos. Alarico lo sacó de Roma, adonde había llegado
junto con todos los tesoros que Tito y sus legionarios robaron
durante el saqueo de Jerusalén. Según la tradición (esas que nunca
mienten ni fabulan desde el vacío) Moisés la sacó de Egipto cuando
partió el país del Nilo al frente de su pueblo, y allí habían
llegado desde la lejana Hiperbórea, el continente perdido. Después
del saqueo de Roma la Mesa de Salomón permaneció en la ciudad de
Carcassone en la época en que los visigodos estuvieron asentados en
la mitad sur de la Galia, en el entorno de Tolosa. Los francos los
derrotaron en Vouillé y los visigodos se replegaron al sur de los
Pirineos. Los visigodos del éxodo sacaron de Carcassone sus tesoros
y los depositaron en Toledo. Así llegó la maravillosa reliquia a la
Cueva de Hércules.
La
leyenda continúa contando que los tesoros le fueron entregados al
califa Al-Walid ibn Abd Al-Malik en Oriente. Las versiones más
interesantes mantienen que se entregaron todos los tesoros excepto
uno, la Mesa de Salomón, que permanece oculta en algún rincón de
Toledo. Las visitas guiadas, los free-tours, las luces nocturnas, los
ruidos de bares y restaurantes, y los enjambres de turistas, han ido
borrando su rastro, y tal vez, la Mesa de Salomón, se haya perdido
para siempre.
La
llegada de los musulmanes a la ciudad supuso la supresión,
momentánea, del obispado, convirtiendo la primitiva catedral en su
gran mezquita aljama. Sinderedo, último obispo visigodo de Toledo,
decidió huir a Roma. Pasadas unas pocas décadas, las autoridades
musulmanas permiten a la iglesia católica volver a tener un
representante en Toledo. El primer obispo mozárabe de Toledo, o uno
de los primeros, fue Cixila, siendo sucedido por el célebre
Elipando. Elipando fue un personaje singular y controvertido, que
llegó incluso a un acercamiento entre el cristianismo y el
islamismo, sin olvidar la tradición arriana, y se convirtió en el
principal representante del Adopcionismo Cristológico. Según esta
doctrina herética, Jesús es un ser humano, hijo de padre y madre
carnales, que fue adoptado por Dios para llevar a cabo su obra. El
beato de Liébana lo llamó “cojones del Anticristo”. Una ciudad
llena de secretos y heterodoxias varias como es Toledo, se vanagloria
de haber tenido a un obispo hereje.
En
época andalusí Toledo ya comenzó a destacar como centro cultural.
Azarquiel, reputado astrónomo, cuyo nombre sirvió para bautizar uno
de los cráteres de la cara visible de la luna, es uno de los grandes
olvidados de la historia de la ciencia. Dirigió el equipo que
elaboró las Tablas Astronómicas Toledanas, pero también construyó
una clepsidra o reloj de agua en el río Tajo.
En
1031 se produce el colapso del Califato de Córdoba y Toledo se
convierte en el centro de unas de las taifas más poderosas de la
península, alcanzando su máximo esplendor con el rey Al – Mamún,
hijo del fundador Ismaíl al-Záfir. Excelente diplomático mantuvo
relaciones de vasallaje interesado con el rey Fernando I y
posteriormente con su hijo Alfonso VI, al que unió una sincera
amistad. Al – Mamún llenó Toledo de libros y la convirtió
definitivamente en un centro cultural de primer orden.
En
1085 Alfonso VI culmina la anexión de la ciudad y la incorpora a sus
dominios. Alfonso había pasado un tiempo en Toledo refugiado en la
corte de su amigo, el rey Al-Mamun. Aquellos días pasados en la
ciudad del Tajo le sirvieron para descubrir los laberintos
subterráneos y las entradas secretas a la urbe. Cuenta una vieja
tradición que el monarca leonés utilizó aquel dédalo de pasadizos
y callejuelas para penetrar en Toledo durante el asalto definitivo.
Recaredo se bautizó cristiano, y algunos siglos más tarde, Alfonso
VI reinstauró el cristianismo en la ciudad. Las huellas de ambos
permanecen visibles en la ciudad del siglo XXI.
Cuando
Alfonso VI recupera la ciudad para la causa cristiana, la catedral
recupera su antigua función. Su esposa, Constanza de Borgoña,
promueve a Bernard de Sedirac como nuevo arzobispo de Toledo,
Bernardo de Cluny. La influencia de Cluny comienza a ser notable en
todo el reino. La voluntad del monarca de concordia cultural se fue
imponiendo en la ciudad, y poco a poco se fue materializando en la
riqueza arquitectónica y artísticas que atesora la ciudad.

En
1088 el papa Urbano II concede al templo el título de Catedral
Primada del Reino de España y dos siglos después, otro papa,
Honorio III autorizó las obras de una nueva catedral, cuyas obras
comenzaron durante el mandato de Ximénez de Rada. El arzobispo de
Rada fue un destacado eclesiástico, militar e historiador y un
destacado hombre de estado de su tiempo. El 14 de agosto de 1227
junto a Fernando III colocó la primera piedra para reedificar la
catedral. Alfonso VII el Emperador rey de León, hijo de la reina
Urraca de León y de Raimundo de Borgoña fue coronado emperador de
las Españas en la catedral de León, pero eligió como lugar de
sepultura la Primada Toledana.
Ciudad
arzobispal, entre los prelados que se sentaron en la cátedra
toledana, ocupa un lugar destacado el Cardenal Mendoza, que fundó un
hospital, el Hospital de la Santa Cruz, que en la actualidad es la
sede de un museo. La fundación de Mendoza recogía los últimos
avances de su tiempo, para mejorar la higiene de los enfermos.
Toledo
fue también fue la sede de una dinámica e influyente comunidad
judía. Seferard dejó aquí un pedacito de su alma, y nunca
abandonará esta judería. El alma mater de la judería toledana en
el siglo XIV fue Samuel ha – Levi. Invirtió parte de su riqueza en
embellecer la ciudad y mandó construir la sinagoga del Tránsito
(hoy es la sede del museo sefardí). En el mismo barrio se ubica otra
preciosa sinagoga, la Sinagoga de Santa María la Blanca. De estilo
mudéjar (como otros edificios de la ciudad) ha sido tomada como
modelo por comunidades judías de todo el orbe. Al entrar y
contemplar el color, el caminante comprueba que el color que le da
nombre le hace justicia.
Samuel
ha Levi fue tesorero del monarca castellano Pedro I el Cruel, y en
cierta ocasión negoció con sus enemigos hasta recuperar la ciudad
que había perdido. En agradecimiento a la lealtad y la ayuda
prestada por los judíos otorgó permiso a Levi para construir la
citada Sinagoga del Tránsito. Según las Siete Partidas de Alfonso
X, construir sinagogas estaba prohibido, pero una provisión permitía
a la Corona hacer excepciones. Otro miembro destacado de la comunidad
sefardí toledana fue Yehuda ben Moshe, rabino, médico real,
escritor, astrónomo e integrante de la Escuela de Traductores.
La
cábala, la comida halal, el menorah, la filosofía, el talmud y la
Torá. La ley de Abraham y de Moisés, el pacto eterno con Dios,
Yahvé, la astronomía, los préstamos, los negocios, la banca y la
medicina. En 1492 después de haber colaborado en el triunfo de la
Monarquía Autoritaria de los Reyes Católicos y el establecimiento
del Estado Moderno, millares de judíos se vieron obligados a
abandonar sus casas. Quinientos años después sus descendientes aún
conservan las llaves de sus casas.
Los
Reyes Católicos, Isabel y Fernando, proyectaron enterrarse en
Toledo, y a tal fin ordenaron la construcción del Monasterio de San
Juan de los Reyes, una de las obras claves del denominado gótico
isabelino, ejecutado por Juan Guas. El convento es un monumento
conmemorativo a los logros y el programa político de los Reyes
Católicos. La posterior conquista de Granada cambió los planes de
Isabel y Fernando que acabaron sepultados en la antigua capital
nazarí.
En
la época de la capa, la espada y la pluma, nació en Toledo
Garcilaso de la Vega, fino con la palabra y diestro con las armas,
poeta y soldado, el más cortes de los hombres. Trajo de Italia el
Soneto y lo introdujo con éxito en el Siglo de Oro de las letras.
Cerca
del Tajo en soledad amena
de
verdes sauces hay una espesura,
toda
de yedra revestida y llena,
que
por el trono va hasta la altura,
y
así la teje arriba y encadena,
que
el sol no halla paso a la verdura;
el
agua baña el prado con sonido
alejando
la vista y el oído”.
Égloga
III
Garcilaso
de la Vega
Siglos
después, el más romántico de los escritores españoles, y uno de
los pocos que cultivó la fantasía, Gustavo Adolfo Bécquer, soñó
leyendas en la Ciudad de las Tres Culturas; el Beso, el Cristo de la
Calavera, la Rosa de la Pasión, las Tres fechas o la Ajorca de Oro.

Toledo
siempre ha sido ciudad de reyes y sede de la corte, los monarcas
residían largas temporadas aquí, y es por eso que también fue la
cuna de princesas e infantes. Aquí nació Juana I de Castilla,
injustamente llamada la Loca, hija de reyes y madre del emperador
Carlos V. En el año 1479 fue bautizada en la iglesia de El Salvador,
la mujer que llegó a ser reina de Castilla, Aragón y Navarra. Otro
rey que nació en esta maravillosa ciudad fue Alfonso X el Sabio,
defensor de la cultura y promotor de la afamada Escuela de
Traductores, que había impulsado el arzobispo Raimundo de Sauvetat.
El monarca castellano es reconocido precisamente por su ingente obra
literaria, científica, histórica y jurídica, realizada por su
escritorio real.
El
primer ciclista español en ganar el Tour de Francia, la más
reputada de las competiciones ciclistas a nivel mundial, pasó largas
horas entrenando por las abruptas carreteras de la región. El Águila
de Toledo, Federico Martín Bahamontes, rey indiscutible en las
montañas francesas.

El
emperador, con sus galas de capitán de ejércitos, y espada
desenvainada recibe al visitante a los pies de la bisagra. El rey
emperador Carlos V concibió Toledo como una de sus capitales
imperiales. El joven rey llegó a España acompañado por artistas
italianos a los que encomendó el embellecimiento de la ciudad.
Reformó una de las entradas más importantes de la ciudad, la Puerta
de la Bisagra, transformada como un arco de triunfo clásico, para
pasar triunfal bajo ella. Se colocó su gran escudo imperial con el
águila bicéfala. Tomó posesión del alcázar y acometió las obras
que le confieren su aspecto actual de fortaleza inexpugnable. Desde
su terraza podía dominar, de un vistazo, el río Tajo, defensa
natural de Toledo. Mientras concluían las obras del alcázar, la
joven emperatriz, Isabel de Portugal, residió en el Palacio de
Fuensalida. Precisamente la esposa del emperador murió en Toledo en
1539.

Cerca
de Zocodover, en la Alcaná, un abigarrado y ajetrado mercado, con
tenderetes, buhoneros, castañeras, puestos de fruta y verdura, y
gente que viene y va, don Miguel de Cervantes compró a un pícaro
zagal un cartapacio con papeles viejos firmados por un historiador
árabe, Cidi Hamete Benengeli. Aquellos legajos, de difícil lectura
y comprensión, narraban las disparatadas aventuras de un hidalgo
manchego, que respondía al sonoro nombre de Don Quijote. En este
punto las vidas de Cervantes, Cidi Hamete y el hidalgo Quijano se
funde irremediablemente.
Por
la misma época, en pleno Renacimiento, un cretense llamado Doménikos
Theotokópoulos, conocido mundialmente como El Greco, se convirtió
en el pintor de Toledo. La ciudad se convirtió en el escenario de
algunas de sus composiciones, como el sugerente Entierro del Señor de
Orgaz. El Greco aprendió pintura de los más grandes artistas del
Renacimiento y su genio creador le llevó a crear un estilo pictórico
muy personal y original, manierista dicen los italianos, y es por
ello considerado uno de los grandes pintores de la civilización
occidental.
Toledo
vincula su historia con grandes mujeres, como María Pacheco,
comunera y Leona de Castilla. Tras la muerte de su marido, el también
comunero Juan de Padilla, asumió el mando y la defensa de la ciudad.
O la menos conocida María de Estrada, una mujer soldado que
participó con Hernán Cortés en la conquista de México. Las
leyendas locales hacen de María una antigua judía, de nombre
Míriam, que aprendió junto a su familia toledana el arte de forjar
espadas y manejarlas con pericia.
Carlos
Saura, en un alarde de surrealismo, dirigió a Luis Buñuel, a
Federico García Lorca y a Salvador Dalí en una onírica aventura en
busca de la famosa Mesa del Rey Salomón. Los intrépidos compañeros
deben pasar una serie de pruebas, y es que la iniciación puede
adoptar múltiples formas, algunas de ellas intrigantes y
placenteras. Las experiencias vividas por cada, uno en la noche
toledana, terminan confluyendo en un camino que conducirá a los tres
artistas a las entrañas mismas del Cosmos, cuya entrada coincide,
más o menos, con la legendaria cueva.

Ciudad
inmortal, primada de las Españas, sede de la Escuela de Traductores
y de la Universidad de Nigromancia. Ciudad no de las tres culturas,
sino de todas las culturas; castro carpetano, asentamiento romano,
capital visigoda y sede de la catedral primada, corte de una Taifa
musulmana lujosa y culta, hogar sefardí, orgullo de los monarcas
cristianos y ciudad imperial. Los maestros espaderos y las mojas
reposteras, albañiles del mudéjar, sabios cabalistas, mozos de
cuadra, criadas y lavanderas. Aún quedan en pie sus mezquitas,
iglesias y sinagogas, los puentes, las torres, las puertas y las
murallas, todo para proteger el hogar de la magia. El crisol
universal. Una ciudad soñada y para la ensoñación, es obligación
salir a caminar y dejarte atrapar por su magia. Calles empinadas que
bucean entre rincones ocultos a los curiosos. Gente que viene y va,
de acá para allá. Moras y judíos, imanes y rabinos, novelistas y
poetas, templarios y hospitalarios, comerciantes y artesanos, sabios
y nigromantes. Callejones que se pierden en la inmensidad de la
historia y los ecos de la leyenda. Hasta aquí llegó Dean Corso en
busca de la Novena Puerta y a Corto Maltés, compañero de aventuras
de Hugo Pratt, se le perdió la pista durante la Guerra Civil
Española. Me gusta pensar que se perdió en Toledo y nunca intentó
encontrarse.
Los
restaurantes y las tiendas de recuerdos han sustituido los talleres
de forja y las tahonas, y los selfies, el turismo de masas y las
experiencias han contribuido a olvidar los secretos de Toledo. El
buscador que llega a la ciudad por primera vez no tiene ni idea por
donde empezar. El siglo XXI con sus pantallas y su ritmo acelerado
está consiguiendo que las personas vayan dejando de creer en lo
extraordinario, lo mágico y lo insólito.

Una
ciudad que intenta preservar su pasado legendario, pero ocultándolo
a los ojos de todos aquellos que no sepan (ni quieran aprender) a
apreciarlo. Los documentos escritos y los descubrimientos
arqueológicos arrojan algo de luz, maquillan los acontecimientos
legendarios y lo transforman en un conocimiento científico y
académicos. Pero la ciencia no basta para comprender y aprehender
Toledo. Es necesaria la fascinación por lo recóndito y lejano, la
mirada del niño, la mente despierta y abierta, la curiosidad y el
instinto, la pasión por la vida, la parte irracional de nuestro
cerebro y el alma imaginativa y soñadora. Son esos elementos, y no
los datos empíricos los que nos ayudarán a conocer Toledo.
Caminantes sin destino, sabios sin respuestas, soñadores de leyendas
y amantes de lo insólito, todos encontrarán aquí su Santo Grial.
Es el instinto el que nos conduce por el camino exacto, que puede ser
cualquiera. Ninguna App, ni libro, ni guía turística te podrá
enseñar la esencia de Toledo, ni mostrar sus maravillosos secretos.
Y si tienes dudas . . . pregunta a las leyendas.