domingo, 21 de mayo de 2023

TOLEDO Y LOS GUARDIANES DE LA MAGIA

 


Las eternas llanuras manchegas, que se vuelven etéreas minutos antes del ocaso, con las últimas luces naturales del día, parecen querer proteger algunas de las ciudades más misteriosas de Europa, como Cuenca, o Toledo. El que llega a Toledo para ser instruido en los arcanos, supera un primer viaje iniciático al atravesar las llanuras de la Mancha. Después de estudiar en Toledo o en Cuenca, el paisaje de la Meseta Sur habrá cambiado para sus ojos. La Mancha se va transformando desde la primera vez que el viajero pisa su suelo y contempla sus paisajes.


Toledo es la ciudad, y también el río que la abraza. Río que es vida, y sustenta a un considerable número de especies de aves, desde los elegantes garzas, hasta los inteligentes córvidos, pasando por anátidas, palomas y pequeños pajarillos. Es el Tajo ese río que rodea y protege Toledo, y ha visto nacer y crecer la ciudad, ha reído su alegría y llorado sus penas. Sus aguas subterráneas hacer crecer árboles y vegetación de ribera, y su cauce sirve de sustento a animales de varias clases. Por encima del río los hombres levantaron torres y murallas, y construyeron puentes y puertas. Chopos, sauces y cipreses beben sus aguas, y regalan su sombra. Un paseo silente varios metros por debajo del nivel de las empedradas calles que confluyen con parsimonia en Zocodover.





De los carpetanos a los turistas internacionales del siglo XXI, Toledo ha sido, es y será un centro mundial de historia, arte y cultura, pero también de ocultismo, magia y esoterismo. Antes del nacimiento del tiempo, Túbal era rey de Iberia, y Toledo un recóndito promontorio rocoso. Un buen día llegó al lugar Hércules, y descubriendo que aquel enclave estaba sujeto a la influencia de los astros, comprendió que era el punto exacto donde crear un centro iniciático, una escuela de magia. El mismo Hércules, también conocido como Melkart, al que dedicaron un celebérrimo templo en los alrededores de la Gadir fenicia, fue el primero de los guardianes de la magia, custodios de los secretos de la ciudad.


El poderoso semidios labró una cueva y la fue ampliando con nuevas salas y estancias, y sobre ella construyó un palacio, utilizando jade y mármol, cuyo aspecto era el de una torre cilíndrica de gran altura. Pasó Hércules aquí muchos años enseñando artes mágicas e iniciando a unos pocos escogidos en los secretos de los arcanos. Caminar en solitario por las callejuelas nocturnas de Toledo nos ponen en conexión con aquellos estudios del ocultismo. Las ciudades de larga historia ocultan bajo los edificios actuales diferentes niveles arqueológicos de ocupación. Bajo la Toledo actual los arqueólogos han localizado termas romanas y baños árabes, cementerios, conducciones de agua y casas de época califal, y otros muchos secretos olvidados. Sin embargo nunca han podido hallar la legendaria Cueva de Hércules. Ese es el motivo principal para no dejar de buscarla.


En tiempos históricos, o mejor dicho protohistóricos, la futura Toledo era el oppidum más destacado de la tribu de los carpetanos, vendría a ser algo así como su capital. Los carpetanos, aguerridos habitantes de la Meseta, acostumbrados a pasarlas canutas con sus inviernos extremos, plantaron cara a los invasores romanos. La historia, en la pluma de Tito Livio, recuerda el nombre de uno de sus reyes, Hilerno, que fue derrotado y capturado por los romanos, después de una batalla en la que también intervinieron otros pueblos vecinos como vettones, vacceos y celtíberos. De lo que sucedió a Hilerno después de su captura, nada sabemos. Muchos siglos depués, otro militar, Alvar Fañez “Minaya”, uno de los capitanes del rey Alfonso VI y compañero de armas de Rodrigo Díaz “el Cid Campeador”, defendió con éxito la ciudad, de un ataque de los almorávides.




Llegado el momento de abandonar la ciudad, aún le quedaban muchas aventuras que correr y algunas de las Doce Pruebas pendientes, Hércules cerró la torre con todos sus secretos, utilizando para ello numerosos candados. Para preservar la inviolabilidad del recinto designó a doce guardianes. La Humanidad no estaba preparada para acceder a ciertos conocimientos. En este siglo XXI de irritación constante, agresividad incontrolada y falta de respeto absolutamente por todo, sigue sin estarlo.


No obstante, los discípulos de Hércules, bien por decisión propia, bien siguiendo las instrucciones de su mentor, continuaron con la tarea de transmitir las enseñanzas herméticas. Cuenta Filóstrato, que Apolonio de Tiana y su compañero asirio Damis, llegaron a la cueva mágica después de un interesante periplo por la Bética. Aquí perfeccionó su arte de los exsorcismos, el poder de la adivinación o el de resucitar a los muertos. Algunas centurias antes de la estancia de Apolonio, los carpetanos que aquí vivían, convivieron con los magos que trabajando como hormigas construyeron una red de galerías laberínticas en las entrañas de Toledo. Bajo tierra, en la Cueva Primigenia, rendían culto, ofrecían sacrificios y realizaban los oráculos de dioses de carácter infernal y ctónico. Estos cultos, prácticamente desconocidos para la mayoría de los habitantes de la superficie, se iban transmitiendo de generación en generación, durante la dominación romana. La pujante religión cristiana, y sus obispos, poco podían hacer para erradicarlos, más allá de tímidos intentos para prohibirlos.


Los godos, el pueblo errante que comenzó su singladura en una isla situada en la lejana Suecia, convirtieron Toledo en la próspera capital de su reino. Una vez asentados en la ciudad, sus monarcas decidieron respetar la tradición antigua y las artes mágicas, y cada uno de ellos fue añadiendo un nuevo candado a la puerta del palacio de Hércules, que a pesar de las centurias transcurridas desde su edificación, seguía resistiendo en pie, el paso del tiempo. De aquel lugar misterioso y desconocido se contaban cosas terribles, por eso no es de extrañar que los reyes visigodos, temerosos de lo oculta, decidieran cerrar cada vez más sus puertas.


Los obispos cristianos, sin embargo, andaban muy preocupados por la influencia de los hechiceros y el clima de magia que se respiraba en todos los rincones de la ciudad. Las autoridades eclesiásticas prohíben las prácticas mágicas y la consulta a augures, a los miembros de la iglesia. Además los monarcas visigodos, como Chindasvinto o Recesvinto, también intentarán acabar con las artes mágicas.


Cuando el reino visigodo se aproximaba a su fin subió al trono Rodrigo, que nunca supo solucionar la grave crisis que azotaba al país. Por eso la historia le reserva un lugar junto con los más nefandos gobernantes que han existido. Quizá fue el afán de riquezas, o el deseo de encontrar un objeto extraordinariamente poderoso, o tal vez la simple curiosidad, el caso es que Rodrigo decidió asalta el Palacio de Hércules. En lugar de añadir un candado más, descerrajó todos los existentes y se introdujo en el interior del recinto. El rey y sus acompañantes quedaron deslumbrados con lo que vieron, pero conforme iban avanzando por las distintas salas, una sensación de desasosiego se fue apoderando de la comitiva. Al entrar en una pequeña sala, todo ella decorada con tapices de terciopelo negro, y figuras de caballeros desconocidos, hallaron un confre ricamente ornamentado. Para abrir el cofre Rodrigo tuvo que romper una figurita o sello que hacía las veces de candado, y en su interior halló un delicado pergamino con una advertencia escrita: “Se se viola esta cámara y se rompe el encantamiento contendio en esta arca, las gentes pintadas en estas paredes invadirán España, derrocarán a sus reyes y someterán a todo el país”. Cuentan algunas leyendas que justo cuando los asaltantes abandonaron el lugar, se desató una terrible tormenta que redujo el edificio a ruinas. Otros cuentan que fue un ave gigantesca que lanzó una poderosa llamarada convirtiendo el torre en un mar de brasas, el Ragnarok, o la última escena de la ópera el Ocaso de los Dioses que cierra la maravillosa tetralogía wagneriana. Milagrosamente el habitáculo que había sido la sede de la antigua escuela fundada por Hércules, quedó intacto. Los secretos que custodiaban se habían salvado. Al menos, de momento.


Las maldiciones y profecías conviene tomarlas en serio. No mucho tiempo después de lo acontecido en la cueva, se produjo la invasión bereber desde el Norte de África, y el propio rey Rodrigo murió combatiendo al enemigo en la batalla de Guadalete (de la Janda o donde quiera que fuese). El reino visigodo desaparecía, pero Toledo y sus secretos, sobrevivían. A la ciudad aún le aguardaban momentos de gran esplendor.



Uno de los capitanes de la expedición, Tariq ibn Ziyad, continuó avanzando hacia el Norte, llegando a Toledo. Cuentan las crónicas que lo hallado en la Cueva de Hércules superaba cualquier cosa imaginable. Ni todas las maravillas narradas en las Mil y una Noches podrían igualar siquiera el contenido de la cueva. La lista de los objetos es interminable: diademas engarzadas con perlas y rubíes, gemas y piedras magníficas, vasijas de oro y plata de perfecta factura, el libro de los salmos del rey David, un libro de alquimia sobre el arte de fabricar talismanes, y otros volúmenes sobre las propiedades de piedras y plantas, la confección de venenos y tríacas, o sobre el arte de tallar rubíes, un elíxir capaz de transformar la plata en oro o un gran espejo redondo fabricado por Salomón, aquel que si miraba podía ver cualquier región del mundo.


Entre aquel maremágnun de objetos mágicos y libros maravillosos, había algo que superaba en magnificiencia a todo lo demás, la Mesa de Salomón, confundida, y a veces identificada, con la Tabla Esmeralda de Hermes Trismegisto. La Mesa de Salomón es la quintaesencia de todos los conocimientos ocultos, todas las magias y todas las joyas del universo.



Solo hay un espejo capaz de mostrar el rostro de todas las generaciones, desde Adán a los que oirán la trompeta, ese espejo es la Mesa de Salomón. Este antiguo arcano del saber prohibido se encontraba en Toledo porque fue traído por los visigodos. Alarico lo sacó de Roma, adonde había llegado junto con todos los tesoros que Tito y sus legionarios robaron durante el saqueo de Jerusalén. Según la tradición (esas que nunca mienten ni fabulan desde el vacío) Moisés la sacó de Egipto cuando partió el país del Nilo al frente de su pueblo, y allí habían llegado desde la lejana Hiperbórea, el continente perdido. Después del saqueo de Roma la Mesa de Salomón permaneció en la ciudad de Carcassone en la época en que los visigodos estuvieron asentados en la mitad sur de la Galia, en el entorno de Tolosa. Los francos los derrotaron en Vouillé y los visigodos se replegaron al sur de los Pirineos. Los visigodos del éxodo sacaron de Carcassone sus tesoros y los depositaron en Toledo. Así llegó la maravillosa reliquia a la Cueva de Hércules.


La leyenda continúa contando que los tesoros le fueron entregados al califa Al-Walid ibn Abd Al-Malik en Oriente. Las versiones más interesantes mantienen que se entregaron todos los tesoros excepto uno, la Mesa de Salomón, que permanece oculta en algún rincón de Toledo. Las visitas guiadas, los free-tours, las luces nocturnas, los ruidos de bares y restaurantes, y los enjambres de turistas, han ido borrando su rastro, y tal vez, la Mesa de Salomón, se haya perdido para siempre.


La llegada de los musulmanes a la ciudad supuso la supresión, momentánea, del obispado, convirtiendo la primitiva catedral en su gran mezquita aljama. Sinderedo, último obispo visigodo de Toledo, decidió huir a Roma. Pasadas unas pocas décadas, las autoridades musulmanas permiten a la iglesia católica volver a tener un representante en Toledo. El primer obispo mozárabe de Toledo, o uno de los primeros, fue Cixila, siendo sucedido por el célebre Elipando. Elipando fue un personaje singular y controvertido, que llegó incluso a un acercamiento entre el cristianismo y el islamismo, sin olvidar la tradición arriana, y se convirtió en el principal representante del Adopcionismo Cristológico. Según esta doctrina herética, Jesús es un ser humano, hijo de padre y madre carnales, que fue adoptado por Dios para llevar a cabo su obra. El beato de Liébana lo llamó “cojones del Anticristo”. Una ciudad llena de secretos y heterodoxias varias como es Toledo, se vanagloria de haber tenido a un obispo hereje.


En época andalusí Toledo ya comenzó a destacar como centro cultural. Azarquiel, reputado astrónomo, cuyo nombre sirvió para bautizar uno de los cráteres de la cara visible de la luna, es uno de los grandes olvidados de la historia de la ciencia. Dirigió el equipo que elaboró las Tablas Astronómicas Toledanas, pero también construyó una clepsidra o reloj de agua en el río Tajo.


En 1031 se produce el colapso del Califato de Córdoba y Toledo se convierte en el centro de unas de las taifas más poderosas de la península, alcanzando su máximo esplendor con el rey Al – Mamún, hijo del fundador Ismaíl al-Záfir. Excelente diplomático mantuvo relaciones de vasallaje interesado con el rey Fernando I y posteriormente con su hijo Alfonso VI, al que unió una sincera amistad. Al – Mamún llenó Toledo de libros y la convirtió definitivamente en un centro cultural de primer orden.


En 1085 Alfonso VI culmina la anexión de la ciudad y la incorpora a sus dominios. Alfonso había pasado un tiempo en Toledo refugiado en la corte de su amigo, el rey Al-Mamun. Aquellos días pasados en la ciudad del Tajo le sirvieron para descubrir los laberintos subterráneos y las entradas secretas a la urbe. Cuenta una vieja tradición que el monarca leonés utilizó aquel dédalo de pasadizos y callejuelas para penetrar en Toledo durante el asalto definitivo. Recaredo se bautizó cristiano, y algunos siglos más tarde, Alfonso VI reinstauró el cristianismo en la ciudad. Las huellas de ambos permanecen visibles en la ciudad del siglo XXI.


Cuando Alfonso VI recupera la ciudad para la causa cristiana, la catedral recupera su antigua función. Su esposa, Constanza de Borgoña, promueve a Bernard de Sedirac como nuevo arzobispo de Toledo, Bernardo de Cluny. La influencia de Cluny comienza a ser notable en todo el reino. La voluntad del monarca de concordia cultural se fue imponiendo en la ciudad, y poco a poco se fue materializando en la riqueza arquitectónica y artísticas que atesora la ciudad.




En 1088 el papa Urbano II concede al templo el título de Catedral Primada del Reino de España y dos siglos después, otro papa, Honorio III autorizó las obras de una nueva catedral, cuyas obras comenzaron durante el mandato de Ximénez de Rada. El arzobispo de Rada fue un destacado eclesiástico, militar e historiador y un destacado hombre de estado de su tiempo. El 14 de agosto de 1227 junto a Fernando III colocó la primera piedra para reedificar la catedral. Alfonso VII el Emperador rey de León, hijo de la reina Urraca de León y de Raimundo de Borgoña fue coronado emperador de las Españas en la catedral de León, pero eligió como lugar de sepultura la Primada Toledana.


Ciudad arzobispal, entre los prelados que se sentaron en la cátedra toledana, ocupa un lugar destacado el Cardenal Mendoza, que fundó un hospital, el Hospital de la Santa Cruz, que en la actualidad es la sede de un museo. La fundación de Mendoza recogía los últimos avances de su tiempo, para mejorar la higiene de los enfermos.


Toledo fue también fue la sede de una dinámica e influyente comunidad judía. Seferard dejó aquí un pedacito de su alma, y nunca abandonará esta judería. El alma mater de la judería toledana en el siglo XIV fue Samuel ha – Levi. Invirtió parte de su riqueza en embellecer la ciudad y mandó construir la sinagoga del Tránsito (hoy es la sede del museo sefardí). En el mismo barrio se ubica otra preciosa sinagoga, la Sinagoga de Santa María la Blanca. De estilo mudéjar (como otros edificios de la ciudad) ha sido tomada como modelo por comunidades judías de todo el orbe. Al entrar y contemplar el color, el caminante comprueba que el color que le da nombre le hace justicia.


Samuel ha Levi fue tesorero del monarca castellano Pedro I el Cruel, y en cierta ocasión negoció con sus enemigos hasta recuperar la ciudad que había perdido. En agradecimiento a la lealtad y la ayuda prestada por los judíos otorgó permiso a Levi para construir la citada Sinagoga del Tránsito. Según las Siete Partidas de Alfonso X, construir sinagogas estaba prohibido, pero una provisión permitía a la Corona hacer excepciones. Otro miembro destacado de la comunidad sefardí toledana fue Yehuda ben Moshe, rabino, médico real, escritor, astrónomo e integrante de la Escuela de Traductores.


La cábala, la comida halal, el menorah, la filosofía, el talmud y la Torá. La ley de Abraham y de Moisés, el pacto eterno con Dios, Yahvé, la astronomía, los préstamos, los negocios, la banca y la medicina. En 1492 después de haber colaborado en el triunfo de la Monarquía Autoritaria de los Reyes Católicos y el establecimiento del Estado Moderno, millares de judíos se vieron obligados a abandonar sus casas. Quinientos años después sus descendientes aún conservan las llaves de sus casas.


Los Reyes Católicos, Isabel y Fernando, proyectaron enterrarse en Toledo, y a tal fin ordenaron la construcción del Monasterio de San Juan de los Reyes, una de las obras claves del denominado gótico isabelino, ejecutado por Juan Guas. El convento es un monumento conmemorativo a los logros y el programa político de los Reyes Católicos. La posterior conquista de Granada cambió los planes de Isabel y Fernando que acabaron sepultados en la antigua capital nazarí.


En la época de la capa, la espada y la pluma, nació en Toledo Garcilaso de la Vega, fino con la palabra y diestro con las armas, poeta y soldado, el más cortes de los hombres. Trajo de Italia el Soneto y lo introdujo con éxito en el Siglo de Oro de las letras.


Cerca del Tajo en soledad amena

de verdes sauces hay una espesura,

toda de yedra revestida y llena,

que por el trono va hasta la altura,

y así la teje arriba y encadena,

que el sol no halla paso a la verdura;

el agua baña el prado con sonido

alejando la vista y el oído”.

Égloga III

Garcilaso de la Vega


Siglos después, el más romántico de los escritores españoles, y uno de los pocos que cultivó la fantasía, Gustavo Adolfo Bécquer, soñó leyendas en la Ciudad de las Tres Culturas; el Beso, el Cristo de la Calavera, la Rosa de la Pasión, las Tres fechas o la Ajorca de Oro.




Toledo siempre ha sido ciudad de reyes y sede de la corte, los monarcas residían largas temporadas aquí, y es por eso que también fue la cuna de princesas e infantes. Aquí nació Juana I de Castilla, injustamente llamada la Loca, hija de reyes y madre del emperador Carlos V. En el año 1479 fue bautizada en la iglesia de El Salvador, la mujer que llegó a ser reina de Castilla, Aragón y Navarra. Otro rey que nació en esta maravillosa ciudad fue Alfonso X el Sabio, defensor de la cultura y promotor de la afamada Escuela de Traductores, que había impulsado el arzobispo Raimundo de Sauvetat. El monarca castellano es reconocido precisamente por su ingente obra literaria, científica, histórica y jurídica, realizada por su escritorio real.


El primer ciclista español en ganar el Tour de Francia, la más reputada de las competiciones ciclistas a nivel mundial, pasó largas horas entrenando por las abruptas carreteras de la región. El Águila de Toledo, Federico Martín Bahamontes, rey indiscutible en las montañas francesas.




El emperador, con sus galas de capitán de ejércitos, y espada desenvainada recibe al visitante a los pies de la bisagra. El rey emperador Carlos V concibió Toledo como una de sus capitales imperiales. El joven rey llegó a España acompañado por artistas italianos a los que encomendó el embellecimiento de la ciudad. Reformó una de las entradas más importantes de la ciudad, la Puerta de la Bisagra, transformada como un arco de triunfo clásico, para pasar triunfal bajo ella. Se colocó su gran escudo imperial con el águila bicéfala. Tomó posesión del alcázar y acometió las obras que le confieren su aspecto actual de fortaleza inexpugnable. Desde su terraza podía dominar, de un vistazo, el río Tajo, defensa natural de Toledo. Mientras concluían las obras del alcázar, la joven emperatriz, Isabel de Portugal, residió en el Palacio de Fuensalida. Precisamente la esposa del emperador murió en Toledo en 1539.




Cerca de Zocodover, en la Alcaná, un abigarrado y ajetrado mercado, con tenderetes, buhoneros, castañeras, puestos de fruta y verdura, y gente que viene y va, don Miguel de Cervantes compró a un pícaro zagal un cartapacio con papeles viejos firmados por un historiador árabe, Cidi Hamete Benengeli. Aquellos legajos, de difícil lectura y comprensión, narraban las disparatadas aventuras de un hidalgo manchego, que respondía al sonoro nombre de Don Quijote. En este punto las vidas de Cervantes, Cidi Hamete y el hidalgo Quijano se funde irremediablemente.


Por la misma época, en pleno Renacimiento, un cretense llamado Doménikos Theotokópoulos, conocido mundialmente como El Greco, se convirtió en el pintor de Toledo. La ciudad se convirtió en el escenario de algunas de sus composiciones, como el sugerente Entierro del Señor de Orgaz. El Greco aprendió pintura de los más grandes artistas del Renacimiento y su genio creador le llevó a crear un estilo pictórico muy personal y original, manierista dicen los italianos, y es por ello considerado uno de los grandes pintores de la civilización occidental.


Toledo vincula su historia con grandes mujeres, como María Pacheco, comunera y Leona de Castilla. Tras la muerte de su marido, el también comunero Juan de Padilla, asumió el mando y la defensa de la ciudad. O la menos conocida María de Estrada, una mujer soldado que participó con Hernán Cortés en la conquista de México. Las leyendas locales hacen de María una antigua judía, de nombre Míriam, que aprendió junto a su familia toledana el arte de forjar espadas y manejarlas con pericia.




Carlos Saura, en un alarde de surrealismo, dirigió a Luis Buñuel, a Federico García Lorca y a Salvador Dalí en una onírica aventura en busca de la famosa Mesa del Rey Salomón. Los intrépidos compañeros deben pasar una serie de pruebas, y es que la iniciación puede adoptar múltiples formas, algunas de ellas intrigantes y placenteras. Las experiencias vividas por cada, uno en la noche toledana, terminan confluyendo en un camino que conducirá a los tres artistas a las entrañas mismas del Cosmos, cuya entrada coincide, más o menos, con la legendaria cueva.



Ciudad inmortal, primada de las Españas, sede de la Escuela de Traductores y de la Universidad de Nigromancia. Ciudad no de las tres culturas, sino de todas las culturas; castro carpetano, asentamiento romano, capital visigoda y sede de la catedral primada, corte de una Taifa musulmana lujosa y culta, hogar sefardí, orgullo de los monarcas cristianos y ciudad imperial. Los maestros espaderos y las mojas reposteras, albañiles del mudéjar, sabios cabalistas, mozos de cuadra, criadas y lavanderas. Aún quedan en pie sus mezquitas, iglesias y sinagogas, los puentes, las torres, las puertas y las murallas, todo para proteger el hogar de la magia. El crisol universal. Una ciudad soñada y para la ensoñación, es obligación salir a caminar y dejarte atrapar por su magia. Calles empinadas que bucean entre rincones ocultos a los curiosos. Gente que viene y va, de acá para allá. Moras y judíos, imanes y rabinos, novelistas y poetas, templarios y hospitalarios, comerciantes y artesanos, sabios y nigromantes. Callejones que se pierden en la inmensidad de la historia y los ecos de la leyenda. Hasta aquí llegó Dean Corso en busca de la Novena Puerta y a Corto Maltés, compañero de aventuras de Hugo Pratt, se le perdió la pista durante la Guerra Civil Española. Me gusta pensar que se perdió en Toledo y nunca intentó encontrarse.


Los restaurantes y las tiendas de recuerdos han sustituido los talleres de forja y las tahonas, y los selfies, el turismo de masas y las experiencias han contribuido a olvidar los secretos de Toledo. El buscador que llega a la ciudad por primera vez no tiene ni idea por donde empezar. El siglo XXI con sus pantallas y su ritmo acelerado está consiguiendo que las personas vayan dejando de creer en lo extraordinario, lo mágico y lo insólito.




Una ciudad que intenta preservar su pasado legendario, pero ocultándolo a los ojos de todos aquellos que no sepan (ni quieran aprender) a apreciarlo. Los documentos escritos y los descubrimientos arqueológicos arrojan algo de luz, maquillan los acontecimientos legendarios y lo transforman en un conocimiento científico y académicos. Pero la ciencia no basta para comprender y aprehender Toledo. Es necesaria la fascinación por lo recóndito y lejano, la mirada del niño, la mente despierta y abierta, la curiosidad y el instinto, la pasión por la vida, la parte irracional de nuestro cerebro y el alma imaginativa y soñadora. Son esos elementos, y no los datos empíricos los que nos ayudarán a conocer Toledo. Caminantes sin destino, sabios sin respuestas, soñadores de leyendas y amantes de lo insólito, todos encontrarán aquí su Santo Grial. Es el instinto el que nos conduce por el camino exacto, que puede ser cualquiera. Ninguna App, ni libro, ni guía turística te podrá enseñar la esencia de Toledo, ni mostrar sus maravillosos secretos. Y si tienes dudas . . . pregunta a las leyendas.


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