sábado, 21 de febrero de 2015

MARÍA DE MONTPELLIER.


Esta hija de Guillén VII de Montpellier y Eudoxia Comnena de Constantinopla sufrió en carnes propias los duros avatares de ser mujer durante la Edad Media. Se casó con el vizconde de Marsella Barral y enviudó. Nuevamente su padre le buscó esposo en la figura de Bernardo IV conde de Cominges, y el conde la repudió. Y por tercera vez en su vida pisó el altar para contraer matrimonio con Pedro II, rey de Aragón. El aragonés la ninguneó, la despreció y la apartó de su lado.

Libertino y mujeriego, Pedro II apetecia de otras hembras con las que gustaba fornicar, mientras a su querida esposa la tenía a dos velas. Pero había un problema, era necesario engendrar a un heredero. Incluso pensó repudiar a Maria para casarse con otra María, María de Montferrato, Algo debió aprender María de los hombres tras dos matrimonios fracasados, así es que con un ardid, perpetrado por ella misma o por otra persona de la corte, se llevó al rey Pedro al lecho de su esposa haciéndole creer que era la grupa de otra dama la que estaba preparado a montar. Gracias a este engaño Pedro II ya tenía sucesor. Y menudo sucesor.

El día en que María dio a luz, pasó por la iglesia, y después de haber dado gracias al altísimo encendió doce cirios en nombre de los doce apóstoles, y como quiera que la última vela en consumirse fue la dedicada a Santiago, el retoño recibió el nombre de Jaime. Reinaría como Jaime I y sería conocido como "el Conquistador". 

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