Beziers, situada en el
Languedoc, matriz del catarismo, por momentos más ibera que gala, y
menos franca que hispana (mejor dicho, catalana), a orillas del río
Orb, en época romana discurría por aquí la Vía Domitia.
Una orografía
irregular, un continuo sube y baja, que nos transporta a su magnífica
catedral de St-Nazaire, un faro visible en varios kilómetros a la
redonda, y corazón perpetuo de esta plaza fuerte que rezuma mucha
historia y alguna leyenda.
Arnaldo Amalric, uno de
esos clérigos metidos a militar, que llenó de almas cielo, infierno
y purgatorio, dirigió una cruzada contra los albigenses (también
llamados cátaros) y procedió a asediar Beziers, donde se habían
hecho fuertes un nutrido grupo de cátaros (los puros), eso sí,
entremezclados con vecinos no heréticos. Un oficial un poco ingenuo
preguntó al comandante cruzado, “Señor, ¿cómo vamos a saber
quién es hereje, y quién no lo es?”. A lo que un bravucón y
despiadado Amalric respondió con desdén; “Matadlos a todos. Dios
sabrá diferenciar quienes son los suyos”.
No está muy claro quién
pronunció aquella lapidaria frase, ni en que situación, pero ya
forma parte del acervo histórico y cultural europeo. Europa es una
tierra rica en leyendas, porque ¿qué es un pueblo sin leyendas?
Estoy totalmente convencido que la leyenda nos transmite más de la
gente que la propia historia oficial y escrita. ¿Quién pronunció
realmente la frase? Al cabo poco importa la historia, el poso de la
leyenda es mucho más profundo.
La catedral de St. Naziere, con torres y almenas, adquiere el aspecto de una auténtica fortaleza.
La iglesia de la
Magdalena (¿es posible adscribirla al temple?) fue testigo del
episodio más brutal que sufrió Beziers; en julio de 1209 los
cruzados exterminaron a la población y arrasaron la ciudad. A juzgar
por algunos barrios y ciertas calles, parece que en varios siglos la
ciudad gala no ha conseguido recuperarse de aquella destrucción
perpetrada por el más radical de los fanatismos.
La iglesia de Santiago –
St Jacques – parada obligatoria para los peregrinos que hacían la
ruta Xacobea desde (o pasando por) Arlés, románica, y de
excepcional acústica, compite en presencia y elegancia medieval con
la mismísima catedral.
Medio oculto en un
dédalo de calles irregulares, Pépezuc, una vieja estatua que
representa a un desconocido emperador romano, acabó asimilada al
héroe Montpezuc, que en plena Guerra de los Cien Años, defendió la
ciudad de los ingleses (1355).
Rodeada por marismas y
un esporádico bosque mediterráneo, Beziers es como una caprichosa
modelo de alta costura más bella desde fuera, contemplada en la
distancia, pues cuando te acercas encuentras las grietas de muñeca
rota, afloran traumas, decadencia y desorden interno.
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