Para Samuel Noah Kramer
la Historia empieza en Sumer. El arte también. Y el fabuloso tocado
de la reina Subad es un argumento de peso para sostener ambas
afirmaciones. A finales de la década de los veinte (del siglo XX) un
grupo de arqueólogos británicos y estadounidenses excavaron dos
tumbas reales en Ur, nada que ver con la monumentalidad de las
pirámide con los hipogeos del Valle de los Reyes. En una de las
tumbas, junto a los cadáveres de los sirvientes y un cuantioso
ajuar, aparecieron los restos de una dama, reina o tal vez
sacerdotisa, cuyo nombre era, según las inscripciones, Subad, que
fue enterrada con sus joyas y ajuar de tocador. De esta dama no
existen referencias literarios, únicamente conocemos el maravilloso
ajuar que se llevó consigo al más allá.
El cuello recubierto de
collares, grandes pendientes en sus orejas y un espectacular tocado
de hojas y flores de oro sobre la cabeza. Las sirvientas y damas de
compañía también iban con joyas, aunque de menor brillo e
importancia. Una reina Subad desconocida que alcanzó la inmortalidad
y traspasó el umbral del tiempo para convertirse en parte
imprescindible del pasado de la humanidad.
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