Los avatares históricos
crean personajes más o menos creíbles, la literatura, y desde hace
cien años también el cine, los populariza y los lanza al
estrellato. El rey leproso de Jerusalén es uno de esos hombres.
Balduino IV vivió un tiempo inestable, gobernó un reino fuera de
lugar, un enclave sin sentido, un estado artificial (y por momentos
absurdo), una isla católica en medio de un cercano oriente medieval
que se debatía entre Bizancio y el Islam, una monarquía postiza que
intentaba demostrar (sin conseguirlo) una pretendida superioridad del
cristianismo occidental.
Balduino era el hijo de
Amalarico I y su tutor (y maestro), el historiador Guillermo de Tiro,
fue el primero en apreciar los síntomas de la lepra, durante la
niñez de su pupilo. Cuando en 1174 muere su padre, Balduino solo
tiene trece años, y por tanto queda sometido a la autoridad de
Raimundo III de Trípoli y de Miles de Plaucy. En julio de 1176,
convertido, a pesar de su enfermedad, en un enérgico quinceañero,
propinó una patada en el culo a los regentes, y tomó para sí todo
el poder.
Nadie en la corte
esperaba que Balduino, afectado por la lepra viviese mucho tiempo, ni
que fuese capaz de engrendrar ningún vástago. Las traiciones e
intrigas se sucedían día a día, con la única intención de
ejercer la influencia sobre los posibles herederos del reino, entre
los que se contaba a su hermana Sibila. Ridley Scott, especializado
en grandes produciones épicas, en el Reino de los Cielos, recrea el
ambiente convulso y mezquino que se respiraba en Jerusalén, con
continuos enfrentamientos entre las diferentes facciones, y donde
únicamente Balduino es capaz de elevarse por encima de tanta
podredumbre como ejemplo veraz de humildad, piedad y honestidad
caballeresca. Virtudes que el resto de caballeros dejaron olvidada en
sus reinos, condados y ducados de Occidente.
Apoyándose en Reinaldo
de Chatillón, Balduino se enfrentó abiertamente al sultán Saladino
que tenían entre sus objetivos apoderarse de Jerusalén. Enterado de
que el ayubí se dirigía a la Ciudad Santa, el rey Leproso le salió
al encuentro al frente de 350 caballeros, entre los que se contaban
80 templarios y unos 4000 infantes.
Antes de la batalla,
Balduino se arrodilló y ante un trozo de la Vera Cruz, rogó a Dios,
pidiéndole la victoria. Ese día, en Montgisard, el triunfo fue
completo.
Para contrarrestar el
poder y la ambición de Raimundo III, Balduino casó a su hermana
Sibila con Guy de Lusiganan. Mas la ineptitud de su cuñado obligó a
Balduino, prácticamente ciego con veinte años y la salud muy
mermada, confiar la regencia a Raimundo.
Balduino IV ocultaba su
decrepitud tras unas máscara de metal, vivió más de lo esperado y
murió con honor. Le suceció su sobrino Balduino V (hijo del primer
matrimonio de Sibila). Balduino demostró con su fortaleza mental y
espiritual pudieron más que su debilidad física, pues a pesar de su
dolorosa enfermedad reinó con la determinación de David y la
sabiduria de Salomón.
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