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lunes, 30 de diciembre de 2019

ESENCIA RECUPERADA (O REINVENTADA).




Entre los dudosos logros del capitalismo se encuentra la uniformidad de las formas arquitectónicas, el mismo modelo urbano podemos encontrarlo en Uruguay, China, Rusia o Alemania. La personlidad (y la esencia) de pueblos y ciudades se detuvo en el siglo XIX. Las fábricas y la industria primero, los residenciales y centros comerciales (y de ocio) después, implantaron una forma de organizar el espacio urbano exportada, sin contemplaciones, a los cincos continentes.


Ahora, en los albores del Tercer Milenio, muchas poblaciones europeas (alejadas de circuitos comerciales y situadas en la periferia industrial) intentan conservar y restaurar esas señas de identidad que se fraguaron entre finales del siglo III y principios de la Era Industrial, esa larga Edad Media de la que hablaba el medievalista francés Jacques Le Goff.


Las urbes costeras y situadas en la llanura crecieron como Cabeza de Goliat, y es en las regiones más apartadas, aisladas e inaccesibles donde perduró esa esencia. En los tiempos que corren son tomadas como modelos auténticos de lo que debe ser Baviera, Bretaña, Andalucía o Transilvania. No obstante un peligroso enemigo las acecha y amenaza; el implacable turismo de masas.


domingo, 17 de noviembre de 2019

SUINTILA, REY VISIGODO.




Suintila un rey visigodo famoso por su fogosidad. Yerno de Sisebuto para su coronación utilizó la famosa pieza del tesoro de Guarrazar. Fue el primer monarca visigodo que consiguió reunificar la Península Ibérica después de expulsar a los bizantinos de ella, a los que ya había combatido durante el reinado de Sisebuto. 

Cuando Suintila se sentó en el trono tuvo que hacer frente a un incómodo enemigo, los vascones, que se resistían al dominio germano. Tras penetrar por el Valle del Ebro, los derrotó y construyó una fortaleza en Navarra para intentar tenerlos controlados. Eligió como enclave Oligicus, donde con el tiempo surgió la fantástica y bellísima Olite, con su castillo de ensueño. 

Controlada la amenaza vascona se lanzó a por los restos bizantinos para devolverlos al mar por el que vinieron. Apresó a los principales generales bizantinos y arrasó su capital Cartagena. Tal fue su destrucción que dejó de ser sede episcopal. A diferencia de otros reyes godos, Suintila murió de causa natural. Eso sí, destronado y desterrado. 


viernes, 29 de marzo de 2019

MERINDADES NAVARRAS.




Las merindades son los territorios que estaban bajo la jurisdicción de un Merino un oficial público encargado de la administración y jurisdicción de un territorio. Merino es un apellido muy común en Navarra (bien lo saben los seguidores de Club Atlético Osasuna, pues varios han sido los Merinos que han defendido la camiseta rojilla).

Teobaldo II estableció cuatro merindades Montaña o Pamplona, Tudela o Ribera, Sangüesa y Tierra Estella, y en 1407 se creó la merindad de Olite. Estas cinco merindades son las que siguen existiendo en la actualidad. Cada una de ellas tenía (y tiene) una centro urbano principal, a saber, Pamplona, Tudela, Sangüesa, Estella y Olite.


martes, 20 de marzo de 2018

EN BUSCA DEL REINO DE NAVARRA.



Montaña, Valle y Ribera. Pirineos, Zona Media y Ebro. La montaña se lanza sobre la llanura y termina dominándola. Naturaleza, Medievo, vinos y gastronomía de calidad, un viaje al ayer y un disfrute en el hoy. Ciudades, castillos, atalayas e iglesias fortalezas para defender las tierras del Reino de vecinos e invasores. Quinientos años después sigue conservando su personalidad e independencia foral.

Viana, Villamayor de Monjardín, Nájera, Puente la Reina, Artajona, Santa María de Eunate, Pamplona, Sangüesa, Olite, Nájera, Lizarra, son pequeños capítulos de una novela grandiosa, la Historia del Reino de Navarra, en la que la Virgen Madre (la encontramos por doquier) y el Camino de Santiago, son dos protagonistas definitorios del territorio. El tercero de los elementos que otorgan uniformidad (y personalidad) a la histórica entidad político-cultural es la lengua; el euskera.


Nobleza filo-castellana, burguesía franca y campesinado vascón terminarán configurando el Reino de Navarra. Viajando por estas tierras, y contemplando todos los carteles (y toponimia) bilingües no puedo dejar de hacerme preguntas: ¿nació Euskalherría en Navarra?, ¿de qué forma sentirán los navarros el vasquismo?, ¿y los riojanos?, ¿se sentirán todos iguales formando parte de una misma entidad cultural?, ¿o cada pueblo reclamará para sí los elementos y símbolos utilizados por todos?.  
Diciembre 2014.

lunes, 19 de diciembre de 2016

JANIN LOMME DE TOURNAI.



Al atravesar la puerta de entrada de la catedral de Pamplona y pasar a su interior, lo primero que llama la atención son los sepulcros góticos que presiden, a los pies del altar, la nave principal. Se trata del rey de Navarra Carlos III el Bueno y su esposa Leonor de Trastámara.


El autor de esta obra es el escultor Janin de Lome que conoció a Carlos III mientras viajaba por sus posesiones francesas en Evreux. Janin se trasladó a Navarra para trabajar como escultor y ser maestro de obras en el palacio – fortaleza de Olite.

Su estilo escultórico estaba fuertemente influenciado por el trabajo de Claus Sluter, en especial por la talla de monjes encapuchados – piorantes – en la parte inferior de los sepulcros.


jueves, 4 de junio de 2015

BLANCA I DE NAVARRA



Onecca Fortúnez, Toda, Urraca, Juana I, Navarra ha sido cuna de grandes mujeres, y por ende de grandes reinas, y Blanca I no desmerece en absoluto de esta tradición, aunque es cierto, que su actuación en lo relativo a su testamento vital, es cuanto menos, cuestionable y origen de una controvertido debate.

Segunda hija de Carlos III el Noble, uno de los monarcas más queridos en la historia de Navarra, y de Leonor de Trastámara, Blanca se convirtió pronto en una pieza más del engranaje que hacen funcionar la entrevesada política matrimonial de la época. Su padre la prometió a Martín el Joven, heredero de Aragón (su padre era Martín I el Humano) y rey de Sicilia. La joven infanta se oponía al enlace, y para quebrar su voluntad, el rey Carlos consideró recluirla en un solitario castillo en medio de las inhóspitas Bárdenas Reales. Aislada del mundo, Blanca cambió de idea y accedió al matromonio. Se mudó a Sicilia, y cambió las frías tierras navarras por las soleadas playas del mar Mediterráneo.

De entrada, la princesa navarra, no contó con el apoyo en la corte, algo muy lógico si pensamos que venía a sustituir a la reina legítima, y apenas tenía influencia en los asuntos relevantes, pero Blanca era obstinada y consciente de su posición, y en ocasión de una prolongada ausencia de su esposo, no tuvo inconveniente en ejercer la regencia con la prestanza y la fortaleza necesarias.

Tres muertes, más o menos sucesivas, iban a marcar la vida de Blanca. Primero muere su esposo (que no llegó a convertirse en rey de Aragón) aunque ella seguirá siendo regente de Sicilia, apadrinada por su suegro. Pero su suegro no tardaría en morir, dejando además un vacío de poder en la Corona de Aragón y convocados los compromisarios en Caspe deciden coronar a Fernado de Antequera, que no tardará en lanzarse a dominar el Reino de Sicilia. Finalmente fallece su hermana mayor, Juana, la que deja a Blanca como legítima heredera del Reino de Navarra. Su padre no tardó en reclamarla a su lado, y en 1415 tras más de una década morando en Sicilia, abandonará la isla para no regresar jamás.

Las Cortes de Olite la confirman como legítima heredera y poco después se anuncia su boda con el infante de Aragón, futuro Juan II, celebrándose la boda en Pamplona, como manda la tradición, en la iglesia de la novia.

Blanca era una apetecible viuda madurita de 35 años y Juan un apuesto y fogoso joven de 22 años, y a pesar de la evidente diferencia de edad, parece ser que se impuso el fuerte carácter del aragonés. Una vez oficializado el enlace, Blanca y Juan se metieron en la cama y su pusieron manos a la obra, había que engendrar un heredero. Unos meses después nacía Carlos, para el que su abuelo materno creo un nuevo título, Príncipe de Viana.
La historia se refiere a Blanca como residente habitual del maravilloso palacio de Olite, poseedora de una religiosidad exaltada, rozando el misticismo, y con fuertes tendencias hacia las peregrinaciones piadosas y la entrega y ayuda a los más necesitados.

En septiembre del año 1425 moría en Olite, sede de la Corte, Carlos III y doña Blanca se convertía en Reina de Navarra, pero debido a las injerencias e intereses de Juan en Castilla, la coronación se pospuso hasta el domingo de Pentecostés de 1429, ceremonia celebrada en la Catedral de Pamplona, cuya nave central está presidida por los inmaculados sepulcros de los padres de Blanca.

La actuación de Blanca I de Navarra ha generado debates y controversias sin solución. Para la historiografía tradicional, su fragilidad de carácter, el desinterés por los asuntos políticos, y el actuar cegada por el amor, dejaron las riendas de Navarra en manos de su ambicioso esposo, que incluso llegó a perder territorios en favor de Castilla, como inevitable consecuencia de la intromisión de Juan en los asuntos meseteños.
Sin embargo, si tratamos de olvidar tópicos y desterrar clichés, y realizamos un análisis mása profundo del contexto (yo y mis circunstancias), es posible encontrar sustento a otras explicaciones e hipótesis, que quizás, solo quizás, se acerquen un poco más a la verdad. Blanca recibirá un reino amarrado irremediablemente a una serie de compromisos ineludibles, de tal forma que Castilla, Aragón y Navarra, funcionarían como un todo, una madeja donde quedan enredados los destinos de los tres reinos. Lo que ocurra en algunas de sus partes, acabará influeyendo, de una u otra forma, y con más o menos intensidad, en el resto. Todo este entramado había sido dibujado por su padre mucho tiempo atrás, y gracias a esta actuación, pudo enderezar el rumbo de un reino que zozobraba en manos de su abuelo Carlos II.

La ciencia histórica, a la que tanto cuesta dejar atrás la tradición, ha presentado a la reina Blanca como némesis de Juan II, por otra parte, una de las personalidades más arrolladoras del siglo XV occidental. Un carácter que heredará su hijo Fernado el Católico. De cualquier modo, Blanca era la reina propietaria y legítima, y Juan únicamente el consorte, por tanto, siempre va a necesitar de una cobertura legal. Sin perder de vista tampoco, el bagaje político que fue ganando la reina durante su estancia en la corte siciliana, donde nunca lo tuvo fácil, y tuvo que superar toda una serie de circunstancias adversas. Por tanto, y para alcanzar a comprender la realidad política del Reino de Navarra en estos momentos es necesario desestimar el tópico de un rey Juan haciendo lo que le salía de las pelotas, sus actuaciones debían estar rubricadas por la firma de Blanca.

Posiblemente el mayor de los debates gira en torno al testamento de la reina, un testamento que originó una guerra civil entre su hijo Carlos, y su viudo, Juan II. La peor decisión que puede tomar una madre es lanzar a su hijo contra su propio padre, como hizo Gea con Urano y Cronos. Según las capitulaciones matrimoniales su hijo Carlos, debía heredar el Reino a la muerte de Blanca Sin embargo, y aquí está el quid de la cuestión, la reina pedía a su hijo que no tomara la Corona de Aragón sin el consentimiento de su padre, una decisión que convertía en la práctica, a Juan II en lugarteniente de Navarra.

¿Fue el amor por su marido lo que impulsó a Blanca a tomar esta determinación? o ¿por el contrario una avispada madre intuyó el peligro que suponía cercenar el poder de Juan II?. No podemos perder de vista que Carlos era también heredero en Aragón, y alejar a Juan del trono navarro, significaba debilitar la posición de Aragón frente a Francia y Castilla. ¿Fue Blanca una pitonisa que veía inevitable la fusión de las tres coronas?. Nunca lo sabremos.


En 1441, un día después se celebrar la boda de su hija, también llamada Blanca, con el heredero castellano, futuro Enrique IV, la Reina fallecía mientras participaba en una romería en honor de la Virgen de Soterraña, recibiendo cristiana sepultura en Santa María de Nieva. Del mismo modo que su primogénito Carlos nunca se convirtió en rey de Navarra, su hija Blanca tampoco llegó a ser reina en Castilla, pues su esposo la repudió una año antes de ser proclamado rey.  

martes, 19 de mayo de 2015

CARLOS III "EL NOBLE", REY DE NAVARRA.



Su tumba, labrada con gusto exquisito junto a la de su esposa Leonor, preside la nave principal de la Catedral de Pamplona, de la misma forma que una solemne estatua suya nos da la bienvenida a la Plaza del Castillo, en el corazón vivo de la capital navarra. Lo volví a encontrar en una pequeña rotonda en Tafalla y en una plaza de Tudela. Precisamente en la capital de la Ribera la comparsa Perrinche saca en cabalgata a un gigante que representa a este rey. Carlos III, conocido como "el Noble" es uno de los reyes más querido, recordado y homenajeado de la Historia de Navarra, y es que cuando este monarca se sentó en el trono, volvió la tranquilidad y la prosperidad al Reino, después de unos aciagos y turbulentos años.


Carlos III, hijo de Carlos II el Malo, y Juana de Valois, hija del rey francés Jean le Bon, fue coronado rey de Navarra en la Catedral de Pamplona en 1390, en una ceremonia oficiada por el futuro Papa Luna (o antipapa según se lea). En un contexto de relativa paz exterior, de crisis económica y de creciente aristocratización de la sociedad, el nuevo monarca desarrolló, sin grandes aspavientos, una política acorde a las circunstancias del momento.

Siendo aún un infante, su padre lo envió al frente de una embajada a la corte de Carlos V, pero el rey francés lo apresó y el monarca navarro tuvo que ceder los territorios ultrapirenaicos de Navarra. El joven Carlos comenzó bien joven a aprender como funcionan los resortes del poder político y que era más seguro, para su propia integridad, no meterse en camisas de once varas.


En 1375 se casó con Leonor de Trastámara, la hija de Enrique II, con lo que se ponía fin a la disputa entre ambos reinos, consiguiendo además una valiosa aliada, pues Castilla era el reino peninsular hegemónico del momento. A la muerte de su padre, abandonó la corte castellana y se aposentó en Navarra dispuesto a reinar. Y a reinar bien. En lugar de enfrentarse en farragosos luchas dinásticas se dedicó por entero a su propio reino, ese mismo, al que ninguno de sus antepasados franceses (empezando por su propio padre) hicieron nunca mucho caso.


Diametralmente opuesto a su padre (como nos gusta a todos los hijos) el desquiciado Carlos II, empeñado (sin fundamento) en ser rey de Francia, gracias a su talante conciliador y a sus escasas (o nulas) ambiciones territoriales, consiguió el respeto de los monarcas coetáneos. Intentó mantener relaciones con todos, Francia, Inglaterra, Aragón y Castilla, y cuando las circunstancias así lo requerían también mostró su apoyo al Papado de Avignon.

Al contrario que su polémico padre, Carlos III mantuvo estrechas relaciones con Castilla, a la que apoyó en la Guerra de Granada. Además su cuñado Juan I, devolvió algunas de las plazas arrebatadas a su padre. El abandono de los proyectos expansionistas de su predecesor, le posibilitó el alejamiento de Francia y la revalorización de la Casa de Evreux como dinastía reinante en Navarra, y materializó el acercamiento (y la amistad) con Aragón a través de una activa política matrimonial.

Reconoció la autoridad del papa de Avignon Clemente VII y a su sucesor, el aragonés Pedro Luna, al que prestó su apoyo hasta que el Concilio de Constanza puso fin al Cisma de Occidente. A partir de este momento, y en consonancia con el resto de reinos cristianos, reconoció al nuevo sumo pontífice, Martín V. Otro hecho más que demuestra que Carlos III sabía perfectamente nadar a favor de corriente.


Carlos y Leonor tuvieron seis hijas y dos hijos, pero los varones murieron siendo niños. Sin herederos en el horizonte, y siguiendo una política de alianzas matrimoniales, Carlos casó a su hija mayor Juana con el primogénito de los condes de Foix, pero al morir prematuramente, la segunda hija Blanca, se convirtió en heredera. Viuda de su primer marido, Martín de Sicilia, Blanca contrajo matrimonio con el infante Juan, hijo de Fernando de Antequera y futuro rey Juan II de Aragón. Según lo acordado en las capitulaciones matrimoniales el trono de Navarra sería para Blanca y sus descendientes, pero eso, es otra historia.


Carlos III, rey de la diplomacia y garante de la paz, acometió serias reformas en la administración del reino, creo la Corte o Tribunal Supremo y construyó nuevos canales para garantizar el abastecimiento de las ciudades y el riego de los campos. Otorgó una legislación unificada para Pamplona (1423) el Privilegio de la Unión, en virtud de la cual, los tres burgos (o barrios) que formaban la Pamplona medieval - Navarrería, San Cernín y San Nicolás - y que poseían legislaciones diferentes, quedaron unidos en una única ciudad con una ley común para todos. Como parte de esta reforma administrativa instituyó el título de "Príncipe de Viana" para concedérselo al heredero del reino.


El noble rey destacó además como promotor de las artes y de la cultura, acometiendo, entre otras obras, la reconstrucción en estilo gótico de la Catedral de Pamplona, y creó una orden de caballería de contenido más honorífico que militar a la que llamó "Orden de Caballería del Lebrel Blanco".

Carlos III instaló su corte en la pequeña villa de Olite, reformando totalmente el antiguo palacio donde habían residido los Teobaldo. Esta reforma convirtió el Palacio de Olite en un ejemplo ideal de la arquitectura gótica, una obra de ensueño dibujada por la mente más creativa. Si pensais en un castillo de cuento, ese es el de Olite. Su esposa Leonor, cuando se estableció en Navarra cayó en un profundo estado de melancolía y decidió volver al hogar familiar junto a su hermano Juan I, que no puso reparos en hacerse cargo de sus sobrinas. Leonor no regresó a Olite hasta 1395.


Desde el año 1997, el gobierno de Navarra entrega la Cruz de Carlos III, una condecoración que resalta y reconoce públicamente los méritos de personas y entidades que han contribuido al progreso de Navarra y a su proyección exterior (La nobleza sigue más viva que nunca).


Considerado uno de los monarcas más notables de la monarquía navarra, capaz de mantener relaciones cordiales con sus vecinos, preocupado por la prosperidad de un territorio, su largo reinado finalizó en 1425, cuando aquejado de gota, falleció en Tafalla. Fue inhumado en la Catedral de Pamplona, y como símbolo de su afortunado reinado nos queda su sepulcro, una auténtica joya de la escultura funeraria gótica.  

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